Portada de dulces tinieblas. Créditos: Norma Editorial.

Portada de dulces tinieblas. Créditos: Norma Editorial.

Dulces tinieblas es un relato precioso y mortal.

En la contraportada de Dulces tinieblas se indica que la obra tiene reminiscencias a Tim Burton y a Alicia en el país de las maravillas y es cierto, aunque solo a medias. De Tim Burton poco o nada hay, quizá más bien es que el estilo visual de Burton se basa en fuentes compartidas con las del dúo Kerascoët, pero de la obra magna de Lewis Carroll sí se ven visos y no precisamente pocos.

Lewis Carroll publicó, que no creó dado que eso fue previo, su Alicia en el país de las maravillas en 1865 y posteriormente la secuela A través del espejo y lo que Alicia encontró allí de 1871. Dos libros fantásticos que a pesar de ser considerados infantiles tienen una gran complejidad, tanto temática como narrativa y una cierta oscuridad que está ahí para el que quiera verla.

Una idea original de Marie Pommepuy

Ahora, lo que Fabien Vhelman cuenta (en base a una idea original de Marie Pommepuy), no pretende ser una revisión de Alicia y su mundo aunque sea inevitable ver paralelismos y guiños a este. Lo suyo es un universo propio, lleno de pequeños seres llegados desde algún perdido paisaje onírico que se entrecruzan sin saberlo con la realidad, y su llegada no dejará indiferente al entorno en el que lo hacen.

El arte de Dulces tinieblas
El arte de Dulces tinieblas. Créditos: Norma Editorial.

Terror discreto e inocente

Todo empieza de forma suave y dulce, tan solo en apariencia pues la oscuridad está ahí desde el principio, como si de un relato infantil se tratara. No es solo Alicia, también es Peter Rabbit (o Perico el conejo), Matilda y Peter Pan, pero solo como inspiración parcial, como primera parada de una fantasía que parece un sueño salido de la mente de un poeta hasta que la narración empieza a caminar, hasta que la trama avanza y entonces llega el terror.

No es un terror como el que puede ver en La cabaña en el bosque o En el hombre del saco, nada de eso. No es evidente, los protagonista no huyen por su vida, no va por ahí. Es un terror discreto y e inocente, si es que tal cosa es posible, es el terror de la ignorancia, del egoísmo, del desconocimiento, del egocentrismo. Es un terror natural y sencillo que solo está ahí. Y puede que debido a ello sea más terrorífico que otros muchos.

El arte de Kerascoët

Esto contradice y a la vez realza el arte de Kerascoët. Sus láminas son preciosas, tiernas, algo naífs y muy mágicas. En su estilo se entremezcla el de John Tenniel con el de John Everett Millais (en concreto en su cuadro Ofelia), con el Walt Disney más clásico y los cartoons de los años 30. Todo bien lleno de color, alegría y viveza, además de una inocente felicidad que lo empapa todo.

Las ilustraciones llevan hasta lo mejor del bosque, hasta una naturaleza viva (y muerta) maravillosa. Sus imágenes te transportan y te hacen viajar como solo los mejores creadores pueden hacerlo, sientes que estás allí y casi puedes oler la hierba húmeda y sentir en las puntas de tus dedos el tacto de los árboles. Todo es posible, y así será, en cada rincón, en cada recoveco, y si sale mal… En fin, es la vida, ¿no?

Viñetas de Dulces tinieblas
Viñetas de Dulces tinieblas. Créditos: Norma Editorial.

Unas tinieblas muy dulces

Dulces tinieblas es justo eso, lo que su título y portada dejan entrever. Un relato precioso y mortal que está a medio camino entre una idílica fábula con hadas, elfos y otros seres mágicos y el terror gótico con sus tormentas, tempestades y males. Y, puede que sin darse cuenta más de un lector, hay otra historia de fondo, otro terror más evidente, más palpable y más real.

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