Fragmento de portada de El dragón panadero. Créditos: Norma Editorial.

Fragmento de portada de El dragón panadero. Créditos: Norma Editorial.

El dragón panadero, un hermoso cuento para los más pequeños, donde se les enseña el valor de compartir, así como el de saber valorar las cosas.

Muchos me pueden achacar de que no sería el público potencial de una obra como este El dragón panadero, pero tengo que reconocer que tiene ese encanto que uno asociaría con los cuentos clásicos que enseguida me encandiló, por lo que desde ya mismo lo recomiendo para todos aquellos que tengan hijos pequeños (o sobrinos, o primos, o el parentesco que se tercie), ya que es un buen ¿cómic? de Devin Elle Kurtz.

La pregunta más lógica ahora es, ¿por que pones entre interrogantes la definición de cómic? Todo tiene su razón de ser, y es que cuando abrí este álbum pensé que me iba a encontrar eso, pero más que un cómic como lo entiende el público general, estamos más bien ante una narración donde las imágenes cobran especial relevancia sobre unos breves textos de apoyo, o en ocasiones diálogos, estos si, como usualmente se ven en viñetas.

La historia nos presenta a Ember, un joven dragón al que le gustaría acumular oro y riquezas como es costumbre en sus congéneres, pero que debido a su pequeño tamaño ve difícil de alcanzar dicho objetivo. Mientras que los otros dragones impresionan (y asustan) por su tamaño y fortaleza, el pobre Ember tan solo puede aspirar a recibir las carantoñas de aquellos con los que se enfrenta, cuando su ideal sería ser temible.

En su búsqueda de algo dorado de lo que apropiarse (inciso: se ve que los dragones son como los cuervos, les llama la atención todo lo brillante) se acerca un día a un pueblo, y al quedarse dormido no se percata de un tremendo temporal que lo asola por la noche, del que lo salva la panadera de dicha población. Cual si fuera una mascota, ella lo acoge y le enseña su profesión, para lo que Ember parece tener buenas facultades.

Páginas interiores originales de El dragón panadero. Créditos: Norma editorial.
Páginas interiores originales de El dragón panadero. Créditos: Norma editorial.

El dragón panadero, aprendiendo a valorar y compartir

La visión y el aroma del pan recién horneado, probablemente una de las mejores cosas que existen (doy fe de ello, ya que me deleito cuando paso cerca de una panadería que acaba de sacar una nueva hornada de panes de todo tipo y condición), llevan a que Ember piense que donde se ponga un dorado, precioso y sabroso pan recién horneado, que se quiten las simples riquezas acumuladas por los otros dragones.

El problema, porque sino esto sería demasiado sencillo, es que el bueno de Ember comparte su particular riqueza con sus congéneres, y pronto se queda sin nada. Pero el resto de dragones han quedado tan satisfechos que ponen todas sus riquezas al alcance de nuestro protagonista, quien no duda en volver al encuentro de su amiga la panadera, quien acepta el pago para otorgar a los dragones de todo el pan que precisen.

El evidente final feliz tiene además una clara moraleja: los dragones y los humanos se unen, ya que los primeros no tienen que asustar a los segundos para sacarles todo lo que tengan de valor: ahora una hermosa cohabitación entre ambos les proporciona un tesoro tan dorado como el oro, pero además crujiente y muy sabroso: ¡todo el pan que deseen! Es evidente que eso enseña a los más pequeños la virtud de saber compartir.

La preciosa edición en cartoné de esta obra a cargo de Norma Editorial bajo su sello Astronave es muy acertada, dando vital importancia al apartado gráfico sobre el texto (que simplemente acompaña y aclara). Es cierto que sus 48 páginas se leen en un suspiro, pero también hay que darse cuenta (como he citado al inicio) de quien es su público potencial, y como tal alabarlo y recomendarlo.

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