Retablo que muestra una quema de brujas

Retablo que muestra una quema de brujas

El suicidio de Ed Piskor hace necesaria una reflexión a nivel social.

Ayer la trágica noticia del suicidio de Ed Piskor corrió como la pólvora entre los círculos culturales y no era para menos, la muerte de un creador siempre es algo triste y más cuando este hecho sucede por su propia mano. Empeora todo cuando el contexto no ayuda, cuando la situación que ha llevado a este final podría haberse evitado. Por supuesto que nadie es responsable de que otra persona decida coger esa salida, es una decisión propia y también lo es no hacerlo, pero es igual de cierto que el acoso no es precisamente una ayuda.

Ayer en redes sociales se pudieron ver varios comentarios al respecto de lo sucedido y la denominada cultura de la cancelación, un término demasiado habitual hoy en día con una gran fuerza en el mundo online. Para el que no lo conozca podría resumirse en la crítica y ataque en público alguien sin que este tenga la oportunidad de exponer sus argumentos. O dicho de otra forma, la masa se transforma en juez, jurado y verdugo ante lo que se puede considerar, o no (en ocasiones todo depende del punto de vista), un comportamiento inadecuado.

Y no, esto no es nuevo. Nada de eso. No es un fenómeno que haya nacido con las redes sociales o con las generaciones más jóvenes. Por desgracia la cultura de la cancelación siempre ha existido, siempre ha estado ahí, pero puede que sea ahora cuando somos más conscientes de ella. Pero no, no es nuevo, es algo muy viejo, muy rancio y muy usado a lo largo de toda la historia de la humanidad.

El dibujante Ed Piskor
El dibujante Ed Piskor

Caza de brujas a lo largo de la historia

Da igual qué momento histórico revises, qué cultura o qué sociedad, no importa, siempre han existido los autoconsiderados guardianes en cuya forma de vida hay que encajar. Da igual si eres William H. Hays, Joseph McCarthy o los agentes del patronato que en el franquismo velaban, o eso se pensaban, por la decencia y el decoro en los lugares públicos. También sucede en el núcleo de la familia tradicional (eso de “la ropa sucia se lava en casa” que marcaba qué se podía contar o no), grupos de (en teoría) amigos en los que a veces hay líneas marcadas sobre cómo se debe ser, o el cómo en los pueblos pequeños en el pasado siempre había que ir con cuidado por eso de “el qué dirán”. Al final todo es lo mismo, alguien marca qué es o no adecuado y un grupo lo sigue, aplaude, promueve y lanza al paredón a todo el que no encaje en esos cánones.

Por supuesto no es preciso que nada sea cierto, eso no importa por desgracia. La simple acusación puede servir, y en muchos casos sirve, de juicio sumarísimo y condena feroz. Si bien fuera una condena que relegara al ostracismo podría ser, con matices, perdonable, pero no es tal, es una condena cruda que se enorgullece del escarnio público, del dolor ajeno y de dejar en evidencia a otros.

Una vez más, esto no es algo nuevo y a fin de cuentas es lo mismo que según los relatos bíblicos sufrió Jesús. Denunciado, condenado, vilipendiado y finalmente ejecutado. No solo eso, ejecutado no como un predicador, ejecutado con total deshonor y humillación previa, con un buen número de personas aplaudiendo, lanzando piedras y algún amigo renegando de su relación con él. ¿Esto suena familiar? ¿No es lo mismo que sucede en redes sociales? Hablamos de una historia que tiene 2000 años y que encaja línea por línea con lo que pasa en la actualidad.

El Lobo Feroz en la serie Fábulas
El Lobo Feroz en la serie Fábulas

Lobos hambrientos en busca de carroña

Sí, la cultura de la cancelación existe, claro que sí, ha existido desde siempre. Lo peor no es que alguien denuncie en público a otro alguien dado que hay hechos y circunstancias que no deben ocultarse (así que, por favor, que nadie entienda estas letras como una defensa de ciertas actuaciones. No lo es) lo peor es que haya siempre un gran número de usuarios dispuestos a lanzarse como lobos hambrientos sobre cualquiera, siempre en pos, en teoría, del bien común, de la mejora de la sociedad y de la búsqueda de un mundo mejor.

Si para construir un mundo mejor hay que vilipendiar, acosar y hacer la vida imposible a otros, al punto de que incluso puede considerarse el suicidio como una salida (algo que, por desgracia, ha sucedido otras veces en el pasado como en casos de acoso escolar), entonces quizá hay que reflexionar y mucho. Todos somos personas, todos tropezamos, todos cometemos errores y en su día, como mi pareja suele recordar con añoranza, estaba eso de “Lo que cuenta es la intención” pero hoy, en muchas ocasiones, lo que parece contar es la percepción que otro tiene de lo que alguien dice o hace.

Un mundo mejor sería uno en el que no hubiera cultura de la cancelación, uno en el que se esperase a que hubiera pruebas, uno en el que todos tengamos la mente abierta en el respeto a los demás, uno en el que no hubiera perfiles esperando a la siguiente lanzada de piedras, uno en el que entendamos que todos somos humanos, que todos podemos hacer algo mal y querer mejorar. Ese es un mundo mejor, pero en el momento en que el acoso se aplaude e instiga… ese no es un mundo mejor.

Edward R. Murrow solía terminar sus intervenciones con un educado, y muy acertado, “Buenas noches, y buena suerte”, que hoy en día cobra más sentido que nunca. Aprendamos del pasado, no lo neguemos, veamos qué sucedió, qué ha sucedido e intentemos que el mañana sea mejor, con comprensión, humildad y empatía.

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