Fotograma de la película Rabiye Kurnaz contra George W. Bush, con Alexander Sheer en el centro y Meltem Kaptan a la derecha
Este es un filme que sabe combinar el drama con la alegría, pero ante todo es el recordatorio de algo que no debemos olvidar jamás.

El cine puede ser, y es, muchas cosas. Es un gran entretenimiento de masas, algo innegable, y una gran herramienta de ocio que puede hacernos olvidar el mundo en el que vivimos. Sí, pero también puede recordárnoslo, hacer que reflexionemos sobre el mismo, el cine puede servir como un espejo mágico que nos refleje a nosotros mismos como sociedad y que nos haga recordar los pecados que jamás debimos olvidar.

Rabiye Kurnaz contra George W. Bush es un ejemplo total y absoluto de ello, una terrible historia en la que una familia pierde a su hijo mayor durante años al haber sido encerrado en la temible y horrible prisión de Guantánamo. Un lugar en el que no hay más ley que la de los captores, en la que los Derechos Humanos brillan por su ausencia y en la que el gobierno más poderoso del mundo (al menos así suele autorreferirse en más de una ocasión) muestra su cara más horrible y despreciable.

El dolor que Rabiye Kurnaz siente está presente desde el comienzo del filme, es puro, es directo, es brutal y es real. El espectador puede palparlo y notar como su corazón se rompe poco a poco según avanza la película, los acontecimientos se suceden pero la realidad no cambia: el muchacho sigue encarcelado sin que nadie sepa nada de él. ¿Está vivo? ¿Está sano? ¿Le están torturando? ¿Volverá a ver la luz del sol? Todas estas preguntas están marcadas a rojo vivo en el guion de Laila Stieler que Andreas Dresen traslada con habilidad a la gran pantalla, dos nombres que he de reconocer que desconocía hasta el momento pero de los que he tomado buena nota.

Su forma de llevar esta trágica fábula basada en hechos reales es sencilla y sin artificios, tan solo muestran al público una verdad. Lo hacen honradamente y de frente, no hay engaños o ardides, no es necesario que sea así ya que la propia trama es lo suficientemente triste para que (al menos en mi caso) empaticemos totalmente con los personajes y las lágrimas se derramen. ¿Cómo no va a ser así? Un joven es llevado a una horrible prisión, incomunicado, su familia en otro país no sabe nada de él y todos los esfuerzos parecen ser en vano… tienes que estar muy muerto por dentro para no sentirlo dentro.

Este es un filme que sabe combinar el drama con la alegría, en ocasiones incluso con un poco de humor, pero ante todo es el recordatorio de algo que como sociedad no debemos olvidar jamás. Un dato final: en febrero de 2023 esta prisión recibirá la visita de Fionnuala Ní Aoláin, experta en Derechos Humanos de la ONU, es la primera vez que se acepta una petición así. 21 años después de su apertura.

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