Dende fue un perrito abandonado

Dende fue un perrito abandonado

No pongas límites al amor, no tiene sentido hacerlo.

Hace poco el escritor Carlos G. Miranda ha lanzado una columna de opinión en 20 Minutos titulada Ni tu perro ni tu gato son tus hijos. Debido al tema, repercusión del autor y del propio medio la cosa ha corrido como la pólvora, se ha compartido mucho y los comentarios no se han hecho esperar. Bastantes, como era esperable y sin duda se preveía, en contra de la opinión vertida y el análisis de la situación que relaciona el hecho de tener perro y gato (y otros) con una natalidad que está en declive desde hace tiempo.

Quizá las causas a tener en cuenta sean otras tantas, desde los problemas económicos, de vivienda, la inestabilidad, lo habitual de las familias disfuncionales, la imposibilidad biológica de tener descendencia o, muy importante, la sencilla elección personal de no desear tenerla. En mi caso y en el de mi pareja se dan varios de estos puntos, el más relevante es el de la elección personal, pero sin duda alguna el hecho de tener un perrito en la actualidad, haber tenido un gato de acogida hace tiempo y despedirnos de otro peludo hace años no es lo que hace que no tengamos hijos.

No creo que sea tanto que “se está sustituyendo a los hijos por mascotas” como que sucede la circunstancia de que con diferencia de las generaciones previas hoy por hoy no pasa nada si no tienes hijos, es una elección vital igual de aceptable que tenerlos. En el pasado se señalaba y no se daba espacio a esa decisión: los hijos debían tenerse. En mi experiencia personal he conocido a un buen número de gente mayor que yo que reconocía abiertamente este hecho; no por ello querían menos a sus hijos pero indicaban que de haber nacido en otros años muy posiblemente no habrían tenido.

“Tampoco son iguales los malabares que hay que hacer para ir a buscar a un niño al colegio que para sacar al perro”, claro que no son iguales partiendo de que son situaciones totalmente diferentes y la comparativa se sostiene bastante poco. Por otro lado, debido a la publicación de mi novela En tierra de demonios y compromisos editoriales mi pareja y yo estamos teniendo que viajar a diferentes ciudades y para poder hacerlo la prioridad es que amigos de confianza puedan cuidar unos días a Dende, nuestro pequeño, y de no ser así tales viajes no podrían realizarse. Él es la prioridad, su cuidado, su atención y su bienestar. Lo mismo, espero y deseo, que si alguien debe marcharse y tiene un hijo pequeño, o quiero creer que este no se quedará solo en casa durante días a su propia suerte.

La caída de la familia tradicional

Hay un punto importante en la columna de Miranda, al menos ha llamado mi atención, y es que “se ha generado una deshumanización de la unidad familiar hasta incluso rechazarla”, ¿y el motivo de esto? ¿Que tenemos familias alegres, unidas y con un respeto de las diferencias por encima de todo? La mayoría de amigos que tengo que están, o han estado, en algún tipo de terapia psicológica (me incluyo) comparten un motivo similar para ello: circunstancias referentes a su familia nuclear. Y curiosamente cuando ellos me comentan de otros conocidos suyos que también van a alguna terapia suele ser por situaciones similares. Puede que lo que sucede es que la unidad familiar que durante décadas se ha vendido no funciona, está rota desde hace muchas generaciones y las diversas malas experiencias hagan que se rechace.

No puedo afirmar que el aumento de perros, gatos y otros en los hogares sea debido al “capitalismo que dice que se produce y asciende más cuantas menos cargas familiares se tienen”, lo que sí puedo es confirmar que en mi experiencia las diferentes personas que tenemos y amamos a nuestros pequeños como nuestros aunque no sean biológicos (dato: un hijo adoptivo tampoco es tu hijo biológico, tu amigo que lleva veinte años a tu lado en los mejores y peores momentos tampoco es tu hermano biológico) es por un hecho de amor y cariño y no tanto por una “una revolución individual” o una cuestión de elección por el capitalismo. O amas o no amas, pero no eliges a quién amas.

Es cierto que “en España se ha pasado de abandonar perros en gasolineras a ponerles tartas de cumpleaños” y menos mal, esto es una demostración de que se ha avanzado mucho en poco tiempo y todavía queda camino, pero al menos ahora mismo parece que como sociedad somos conscientes de que abandonar a un peludo, que además no entiende qué estás haciendo y menos todavía el que eres un miserable (solo tiene amor y fidelidad por ti), es algo que está terriblemente mal. Hay avances claros en una dirección y es la aceptación de todo tipo de familias más allá de la tradicional, que viendo los muchos y sonados fracasos que ha tenido a lo largo de la historia (a poco que preguntes a cualquier conocido empieza a flotar la mierda) sería este un buen momento para plantearse si funciona en realidad.

Termino con un hecho final. Jamás he sentido tanto dolor en mi vida como cuando tuvimos que dormir a Frost, un perro que adoptamos cuando tenía 14 años y que estuvo con nosotros hasta los 16. Él inspiró las aventuras de Frost, perrito de aventuras, dado que era un peludo muy curioso y bastante explorador. La mejor forma de decirlo es que se me rompió el alma y mientras él se iba le mantuve la mirada para que supiera que todo estaba bien, que aunque pudiera tener miedo estábamos allí con él, que jamás le dejaríamos de querer y que si el universo es justo antes o después volveríamos a vernos. Uno puede pensar que exagero al considerar que mi peludo es mi hijo, que no se entera cuando haces una fiesta y estás por él, que… son opiniones, lo que no es debatible es que el dolor que tienes dentro cuando debes decirles adiós es terrible, deja una marca y solo con el tiempo, como con cualquier pérdida, las lágrimas de tristeza se transforman en lágrimas de alegría por los buenos recuerdos.

Quiere y ama, no pongas límites al amor, no tiene sentido hacerlo.

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