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Las redes sociales trajeron consigo algo maravilloso y muy necesario, la inmediatez a la hora de conocer hechos y realidades. Con su auge dejó de ser necesario esperar al informativo nocturno o al periódico del día siguiente para enterarse de una noticia, saber cómo ha sido la última manifestación, poder leer la crónica de un concierto de nuestro músico favorito o conocer los últimos (y próximos) estrenos cinematográficos. Todo esto ha quedado varado en el pasado como poco más que recuerdos de los que vamos peinando canas, y en ocasiones incluso con alguna anécdota de épocas pretéritas que nos hacen recordar lo perdido. Pero la inmediatez de información también trajo consigo el ansia de consumirla rápida y vorazmente, una necesidad de engullir más que de paladear y digerir sin dedicar el tiempo necesario para ello. Esto provocó la aparición de un mal, o más bien su reforzamiento, el informarse tan solo a través de un titular.

Si bien, como indicaba, no es algo novedoso sí ha quedado establecido como un acto cotidiano y normalizado, en un momento en el que todo es complejo y precisa de más de una lectura. De esta forma se ha llegado al punto en el que hoy en día no es, ni de lejos, algo extraño ver a personas crearse toda una opinión a favor o en contra de un hecho, una serie, un libro (y la lista sería extensa) a través de un titular visto de forma fugaz en alguna red social. Lo que, distancias aparte, es igual de acertado que opinar sobre el sabor del plato estrella de un chef tan solo por una foto del mismo.

Los titulares son una necesidad periodística, un intento de resumir en tan solo unas pocas palabras todo un hecho complejo, quizá resaltar el sentir de un entrevistado o dar relevancia a un hecho específico del reportaje de turno. No siempre son sencillos de hacer, es más, en un gran número de ocasiones requieren de pericia e ingenio, ya que reducir a una única frase toda una sesión informativa, o una noticia del carácter que sea, es ciertamente complejo.

Retomo el ejemplo del plato y de allí doy un salto al mundo del cine. ¿Cuántas veces ha visto cualquiera en Twitter a usuarios lanzando a lo loco su opinión, casi siempre visceral, sobre un filme en base tan solo al avance de este o, lo que es peor, a su cartel? O más allá, los hay que son más osados y con solo el anuncio de la realización de una película (o el proyecto de la misma) ya se forjan una idea al respecto en base a lo que suponen va a ser, que luego esta idea previa sea o no acertada (no suele serlo) es un tema muy distinto que bien daría para todo un artículo.

Los titulares son la puerta de entrada a un todo mayor, a una información desglosada siguiendo unos parámetros estudiados, a una opinión razonada y estructurada con la que podemos estar o no de acuerdo, a un reportaje en el que se narran unos hechos partiendo de una realidad palpable… Es la antesala de lo que es, en sí y en realidad, una información que necesita de todo su cuerpo para ser comprendida, o al menos, si sigue la pirámide invertida (en el caso de una noticia, siempre debe ser así), de sus primeros pasos para llegar a tener conciencia de su esencia más básica.

Puede que alguno esté pensando, no sin algo de razón y es innegable que hay cierta ironía intrínseca en ello, que si sirven como resumen del posterior artículo entonces ya es más que suficiente. ¿O no es así? No, no lo es, asumir eso es igual que intentar explicar la Segunda Guerra Mundial diciendo que fue un conflicto global y perdieron los nazis. Es quedarse, con mucho, en la superficie del tema en cuestión sin darle importancia a los matices, a los hechos concretos y a la profundidad que tiene en realidad.

Hay que leer todo, desde el titular hasta la firma, sin dejarse nada. No debe cometerse el error de juzgar antes de terminar, hay que hacerlo siempre en base a la información que está delante, confiando en que el periodista haga su trabajo mientras lucha para que sus letras no estén contaminadas por la agenda específica del lugar en el que desempeña su labor. Un simple titular, y más uno que tan solo afianza una idea preconcebida, jamás debería ser la base para sustentar toda una opinión.

A menos que ese sea el valor que uno da a sus propias opiniones, el de un resumen construido con pocas palabras.

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