El viaje hasta el planeta fue rápido. Más o menos. A ver, fue rápido según la forma de medir uno el tiempo cuando va por el espacio que no siempre es igual que cuando uno va caminando por la tierra o nadando por el aire. Es decir, si tú caminas por tu ciudad dando un paseo puede que un par de horas no te parezcan demasiado en cambio si se trata de estar dos horas nadando sin parar igual tu perspectiva de ello cambia, ahí seguramente consideres que es excesivo.
¿Y qué tiempo le llevó a Duque, la increíble nave inteligente y autoconsciente recorrer la distancia hasta llegar al planeta en cuestión? Podría decirse que igual dos o tres paseos, de forma aproximada. Quizá más si lo pensamos en piscinas. Claro, que si tenemos en cuenta que parte del trayecto Frost, perrito de aventuras, lo pasó durmiendo y otro tanto charlando tranquilamente con la propia nave entonces ese tiempo sería menos. Al menos desde sus perspectiva quedaría todo en un paseo o en media piscina.
Dependiendo del tamaño de la piscina, claro.
Duque paró lentamente según llegaban y se situó estratégicamente en un punto muy concreto del orbe. Debido a las circunstancias explicadas por la capitana Ali, provocadas por las nubes y el campo magnético, no había una forma segura de saber dónde sería mejor aterrizar. Frost y su nave habían hecho algunos cálculos de camino con la poca información que tenían, y bastante intuición, de dónde sería mejor situarse. Pero no sabían a ciencia cierta dónde aterrizar y era un peligro.
– Entonces… ¿seguimos con el plan, perrito de aventuras? – dijo Duque con su voz metálica con un cierto tono palpable de preocupación.
– Sí, sí. Seguimos con el plan. ¿Qué puede salir mal?- Respondió Frost con algo de humor.
¿Qué podía salir mal? Todo. Todo podía salir mal. El plan que habían ideado, más Frost que Duque, era que la nave se acercara lo más posible al planeta, lo más que pudiera sin que el campo magnético afectara a sus sistemas, y allí el pequeño aventurero saltaría cayendo hasta el suelo. Era lo mejor pero había muchas cosas que podían no funcionar.
Decir que Duque tenía serias dudas es quedarse corto, pero por otro lado es cierto que no parecía haber otra solución. Frost tendría que saltar y aterrizar ileso. Si todo iba bien, si habían acertado con los cálculos y con sus suposiciones.
– No sé, perrito, igual deberíamos darle dos o tres vueltas más – dijo Duque, todavía con más preocupación en su metálica voz.
Frost, perrito de aventuras no le hizo caso, lo que Duque tenía claro que iba a pasar. Se puso la escafandra que completaba su traje y le daba oxígeno y lo único que dio por respuesta fueron dos golpes en la puerta que daba al exterior, así que no intentó discutir más. Abrió la compuerta, el intrépido can se acercó hasta el borde y contempló esa increíble vista de la que nunca se cansaba.
El planeta, las estrellas, el vacío, el todo. Ahí estaba. Y ahí estaba él. Muy pocos afortunados pueden ver esto y él era uno.
Sonrió y se le escapó una risita. – ¿Sabes, Duque? ¡Me encanta mi vida! – Y sin pensarlo se lanzó hacia lo desconocido.
Fin de la 1ª parte del capítulo 4º. El desierto eterno. Esta historia continuará…
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