Las relaciones humanas son siempre complicadas. No hace falta más que pensar en las redes sociales o en la familia biológica, las discusiones y malentendidos están por doquier, es algo inevitable. De igual forma pasa con la familia escogida, con esos amigos que lo son todo y que siempre están ahí para nosotros. Pero todos somos humanos, todos podemos errar y equivocarnos.
Es más, todos podemos cometer el error de poner en los demás nuestras expectativas sobre ellos y decepcionarnos cuando no las cumplen. Esto mismo sucede en Más o menos blanco de Arte3 Teatro, otra de las propuestas del festival Mutea organizado por el teatro Arbolé y que en cierta forma se relaciona con Aeroplanos. En ambas lo que vemos es amistad en estado puro, formas de entender la vida y de disfrutar del mundo de nuestro alrededor. Pero si bien la primera, Aeroplanos, es principalmente alegra la que nos ocupa, Más o menos blanco, es más sardónica que otra cosa.
Una discusión por un cuadro
La trama presenta a una mujer de éxito que ha comprado un cuadro por varios miles de euros. Un cuadro blanco, con unas rayas blancas encima del blanco, pero blanco. Al menos eso ve una de sus amigas, también de éxito, una tela blanca pintada de blanco y no da crédito. Ella está contenta e ilusionada por su compra, siente una conexión con la obra. Y la tercera en discordia, menos exitosa que las otras dos y más insegura se ve atrapada en medio de ellas, de una discusión tonta que acaba revolviendo todo.
Y es que como en la vida real a veces una simple diferencia hace que discutamos y entremos en cólera, cuando lo más sencillo es aceptar eso que ha hecho nuestro amigo y desearle lo mejor. Lo entendamos o no, pero no hay que entender las cosas para respetarlas. Todos pecamos de este error en ocasiones, de juzgar a alguien cercano según nuestro prisma de la vida, según nuestras preocupaciones y en ello caen las tres protagonistas de la obra. O más bien solo dos, la tercera solo aguanta el chaparrón e intenta mantener con ellas una amistad que se está complicando.
Tres damas del teatro
Hay que decir que las tres damas del teatro sobre el escenario conocían al dedillo la obra y a sus personajes, al punto de que en ciertos momentos incluso alguna (la que critica el cuadro) llegaba a caerte un poco mal por lo intransigente de su posición. Eso es tan solo una muestra de lo acertado de su interpretación, una interpretación con química entre las tres que es algo imprescindible para lograr que esta trama salga adelante.
Es una comedia sardónica y con sátira, se mofa de nosotros mismos, de nuestras inquietudes, de nuestras discusiones tontas y lo hace de una manera muy elegante y sutil. Que nadie espere un chascarrillo o un tropiezo, nada como expresiones soeces o personajes que se disfrazan, eso está muy lejos del espíritu de la pieza. Aquí mandan las frases con doble sentido, las miradas (¡y vaya miradas!), los gestos de desprecio y las falsas sonrisas. Todo en su justa medida y aderezado con un poco de acidez. Si bien es cierto que personalmente creo que mejoraría el total sin la última escena, el conjunto funciona y deja claro que en más de una ocasión todos tenemos que hacer concesiones. O al menos fingir con una sonrisa de oreja a oreja.
Esta es una obra que puede no gustar a todo el mundo, en ocasiones en la sala me daba la impresión de que solo mi pareja y yo nos reíamos, pero personalmente conecté con ella desde el primer momento. Sus actuaciones, el ingenioso diálogo, esa cierta mala uva y supongo que al ser daltónico encuentro todavía más irónicamente divertida una discusión por un cuadro. Un cuadro blanco con rayas blancas.
