Jordi Bayarri dedicando un libro a una niña en el XXI Salón del cómic de Zaragoza

Mi experiencia con el Salón del cómic de Zaragoza no está siendo la mejor. Durante años me llegaron muchos comentarios del buen evento que era y lo mucho que lo disfrutaría si iba, finalmente eso sucedió pero fue en 2021… Las restricciones de la pandemia todavía estaban presentes y el éxito fue que se pudiera celebrar el acto, con un aforo muy reducido, mascarillas, menos stands y otras pautas a cumplir.

Lo disfruté, eso no lo negaré, pero me supo a poco en comparación con lo que me habían llegado a comentar y las fotos que había visto. He de reconocer que en muchos momentos los que estábamos detrás de un stand pudimos salir del mismo sin preocupación alguna, nos íbamos a charlar con el de al lado o el de no tan al lado de tan poca gente que había. Y eso es un problema, no debería ser así, esos tiempo muertos jamás deberían existir.

Pero era el 2021, las medidas eran las que eran, la pandemia seguía con cierta fuerza y todos lo entendimos (excepto los negacionistas, pero me refiero a la gente sensata). En cambio ahora, un año más tarde, que estemos en una situación parecida es algo que choca. En esta edición la organización ha decidido limitar el acceso a 1500 entradas por turno, es decir en total 9000 visitantes de máximo frente a los 20000 de celebraciones pasadas, y el motivo es… lo desconozco, he de reconocerlo.

Lo que sí ha sido es la comidilla de fondo en todas las conversaciones y charlas que uno iba teniendo por los pasillos del auditorio. Bien hablaras con otro autor, con algún editor o sencillamente con algún amigo amante de las viñetas que estaba por allí. Sí, claro que lucía mucho más que el año pasado, pero tal recorte autoimpuesto en las cifras es extraño y un más que posible tiro en el pie. Quizá tenga consecuencias en los próximos años con editoriales y autores que decidan no regresar, algo entendible ya que al final esto es un negocio y debe resultar rentable, y aquí por el momento se ha limitado tanto el aforo que más de la mitad del público de otros años no podía asistir.

Esta situación ha sido una molestia no solo para los profesionales al ver mermado el público potencial, hasta lo que tengo entendido sin una comunicación específica previa de tal situación, también para esos propios asistentes que con tantas ganas esperaban la celebración del Salón del cómic. Corrían las historias y comentarios de personas que han acudido como siempre al auditorio para hacerse con su entrada para encontrarse que esta solo se podía obtener online y que además ya era imposible hacerse con ella, estaban agotadas. Al menos espero que ningún niño que haya acudido disfrazado lleno de ilusión se haya quedado fuera, eso sí sería una derrota en muchos sentidos.

Por otro lado debe reconocerse que la parte del público que sí ha podido asistir ha respondido y lo ha hecho con ganas, los cómics iban y venían de mano del vendedor a mano del comprador, las firmas de autores tenían público constante y se palpaba en el ambiente la alegría de volver a reunirse. Las viñetas cuentan narraciones de todo tipo y así eran los visitantes, todos distintos y solo unidos por el amor a las historias, al medio y a la cultura.

Con solo pasear un rato podías ver a grupos de adolescentes disfrazados bailando, a padres y madres que iban con sus pequeños para encontrar ese tebeo que les traerá Navidoso, el troll de la Navidad, el próximo día 24 de diciembre o viejos amigos que aprovechaban el momento para darse un buen abrazo y ponerse al día. Por supuesto eso sin olvidar los que estábamos allí por motivos profesionales, desde autores infantiles como Jordi Bayarri o juveniles como la mangaka francesa Elsa Brants pasando por estrellas locales como Sara Jotabé, que es un nombre cada vez más relevante en el panorama nacional del cómic.

Muy posiblemente lo que perdure, al menos durante este final de 2022 y el comienzo de 2023, de este XXI Salón del cómic de Zaragoza sea esa extraña y poco comprensible decisión de acotar el aforo hasta reducirlo a la mitad, si ha sido un acierto o un experimento que debe abortarse solo el tiempo lo dirá. Por suerte también perdurarán las experiencias personales y profesionales vividas allí, los buenos recuerdos, las firmas de los distintos autores y, por encima de todo, los tebeos.

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