El mes que viene se celebraran 102 años desde el estreno en Alemania del clásico mudo de F.W. Murnau Nosferatu. En setiembre, El jorobado de Notre Dame, dirigida por Wallave Worsley, cumplirá 101 años, siendo la producción americana que abrió la puerta al que se conoce como el universo cinematográfico de monstruos de la Universal. Ambas producciones tienen una cosa en común, más allá de la década de estreno: su legado innegable y centenares de películas de terror se han inspirado en ellas. ¿Cuál es su secreto para mentenerse tan frescas un siglo después?
El género de terror ha ido evolucionando y reinventándose desde sus inicios. De las figuras extrañas y complejas pasamos a los cementerios de cartón piedra, luego a los monstruos gigantes productos de experimentos con la radiactividad o venidos de tiempos remotos, pasando por las invasiones de zombis, asesinos solitarios, sangre a borbotones, la aparición del subgénero slasher, criaturas del más allá y el gore más absoluto.
Drácula, Frankenstein, El hombre lobo o la Momia, entre otros, representan la edad de oro del género, una época más sencilla e inocente. Eso no significa que las películas fueran más simples, ya que se empleaba mucho ingenio para la parte visual. Fue la época que popularizó los cementerios con niebla, la época de los castillos solitarios y abandonados llenos de telarañas y luz tenue; el inicio del cine sonoro donde aun no se rellenaban los silencios con música, y donde de hecho los silencios formaban parte de la trama de la película.
Menos es más
La experimentación de las nuevas técnicas fue clave para la producción de estos largometrajes (que apenas sobrepasaban la hora de duración y en algunos casos rozaban los 90 minutos) los cuales no necesitaban de una extensa introducción para poner al espectador en contexto, pues los diálogos iniciales, simples y directos, guiaban hacia el (funesto) destino de aquellos que se atrevían a adentrarse en lo desconocido y entre las sombras esperaba una criatura sobrehumana con perversas intenciones que finalmente eran frustradas.
El universo compartido llegó de la forma más sencilla y lógica. Tras varias secuelas de cada monstruo (algunas largamente recordadas, otras tristemente olvidables), las historias convergieron sus respectivos caminos y en los compases finales terminaban a mamporros en un castillo o una mansión que acababa en ruinas.
El universo compartido funcionó por su naturalidad y el misticismo de las historias que se contaban en cada película. La sobreexplotación y el auge de otros géneros, además del cambio de rumbo del terror a otro tipo de historias, dieron punto final a la edad de oro.
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