A veces hay que volver a casa para encontrarse con uno mismo.

Hay pocos personajes del mundo del cómic tan conocidos como Spider-Man (o Spiderman, o simplemente Spidey) y es que desde un primer momento logró captar la atención del público. Su nacimiento data de 1962 de la mano de Stan Lee y Steve Ditko, con la habitual polémica de realmente quién hizo qué al igual que ha sucedido con el trabajo del conocido guionista (y emperador del cameo) y Jack “King” Kirby.

Rápidamente saltó de las viñetas a la pantalla con una inolvidable serie que se emitió en televisión entre los años 1967 y 1970, con una animación de bajo presupuesto pero que logró convertirse en todo un icono gracias a una pegadiza canción de apertura que puede llegar a competir con la de Batman en lo que a cariño de los fans se refiere.

El paso del tiempo hizo que tuviera otras tantas versiones catódicas, desde cabeceras propias a ser invitado en las de otros personajes de Marvel Comics. Destaca sin duda El Hombre Araña y sus Sorprendentes Amigos, que estuvo en antena entre 1981 y 1983 (con interminables reposiciones) presentando también al Hombre de Hielo y a Estrella de Fuego alejándose mucho de lo que se había visto en las historietas hasta ese momento pero haciéndose un hueco en el corazón de todos.

En el mundo de la animación hay que citar también a Spider-Man de 1994 (hasta 1998) que tuvo un gran éxito manteniendo una cierta fidelidad al original, además de lograr que las tiendas de juguete estuvieran llenan de figuritas del protagonista, compañeros y adversarios. Esta producción destacó por su buena calidad, el uso del ordenador en algunos momentos, el buen número de villanos presentados y por atreverse a trasladar algunos momentos imprescindibles del cómic como las Secret Wars (con algunos cambios de importancia).

Claro está que la acción real no podía dejar pasar la oportunidad de dar vida a un personaje tan carismático y en el año 1979 fue Nicholas Hammond el que se enfundó en el conocido traje rojo y azul, sin olvidarse de Fred Waugh, el doble de riesgo que se jugaba el tipo subiendo por edificios. A pesar de que esta producción de la CBS es recordada con cierto cariño se desviaba mucho de lo que el lector conocía, lo que junto con un bajo presupuesto y unos argumentos endebles hizo que finalmente fue cancelada y hoy en día casi olvidada.

En el 2002 todo cambiaría. El mundo del cine, tras la llegada al mismo de Blade y los X-Men, ya estaba preparado para acoger en toda regla al emblema de Marvel Comics. Fue gracias a Sony, con el protagonismo de Tobey Maguire y Willem Dafoe como Norman Osborn; junto a ellos estaban Kirsten Duntst de M.J. y James Franco de Harry Osborn, además de J.K. Simmons siendo la viva encarnación del Jameson de los cómics, sumado a todo esto la dirección de Sam Raimi y un tremendo éxito de público que dejaba claro que una secuela no se haría esperar. Para la segunda parte se contó con Alfred Molina como el Doctor Octopus y en la tercera fueron Thomas Haden Church y Topher Grace los encargados de encarnar al Hombre de Arena y a Veneno, respectivamente.

Por desgracia el fracaso, por muchos motivos, de la tercera entrega provocó un erróneo movimiento, ya que en vez de intentar salvarla en una teórica cuarta película se decidió dar carpetazo al proyecto y empezar de cero. De esta forma en 2012 todo se reseteaba con una nueva saga protagonizada por Andrew Garfield y Emma Stone, en un periplo que solo duró dos partes en vez de las tres planteadas en un origen y en ambos casos dirigidas por Marc Webb.

En ese tiempo Marvel Studios, según la conocemos hoy en día, ya existía y estaba realizando con éxito sus propias adaptaciones llegando a negociarse el se compartiera universo, pero el fin de sus aventuras arácnidas y la evidente necesidad de (otra vez) empezar de cero provocaron que la historia fuera muy distinta.

Llegó el estreno de Capitán América: Civil War y la primera, esperada y aplaudida primera aparición de Spider-Man dentro de su realidad, con un Tom Holland que parecía haber nacido para el papel y un trabajo de guión que no dejaba lugar a dudas: era Spider-Man. El público y la crítica estaban de acuerdo, era hora de que el personaje volviera a casa.

Sin entrar en los líos legales, derechos y acuerdos alrededor (eso da para otro artículo, y uno muy largo), llega el momento de la primera película de Marvel Studios protagonizada por Spider-Man, con el muy acertado título de Spider-Man: Homecoming; en esta cinta repiten Tom Holland y Marisa Tomei como Peter Parker y su tía May, ampliándose su mundo con un buen montón de secundarios que se basan en mayor o menor medida en lo visto en los cómics.

Para la ocasión se ha contado con un villano clásico como oponente, el Buitre al que encarna Michael Keaton en lo que es un extraño círculo alado tras Batman y Birdman. Este personaje se convierte en lo mejor de la película, por un lado por la revisión del mismo que hacen al adecuarlo para lo que es el universo de Marvel Studios (en un gran ejercicio de retro continuidad) y otro tanto el muchas veces demostrado talento de su intérprete.

Jon Watts firma como director una película sin pretensiones y sin más interés que entretener al público. Logra usar a su favor la existencia de un sector ansioso de verlo, junto con un universo ya pre existente que ha logrado el aplauso de la crítica y el público, tomándose por el camino ciertas libertades sobre la obra original pero respetando en todo momento la esencia que hace que este Spidey sea nuestro Spidey.

No diré que Spider-Man: Homecoming es la mejor película del héroe arácnido, no me atrevo y ciertamente me parece que Spider-Man 2 con Alfred Molina de Doctor Octopus es superior a la prsente; lo que sí digo y bien alto es que este es el filme del personaje que hacía falta para que entrara en igualdad de condiciones en el universo compartido de Marvel Studios y que por fin sea parte de algo que no era lo mismo sin él.

Spider-Man ha vuelto a casa, ojalá nunca se vaya.

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