Rubikon 2056 es uno de esos títulos de ciencia ficción que si bien no son excelentes y no parecen llamar la atención por derecho propio se van convirtiendo en obras de culto. Es más que probable que sea así por lo adecuado de sus interpretaciones, la delicadeza de su dirección, una cuidada a la par que minimalista escenografía junto con un tema que es una alusión muy directa al presente, a la sociedad en la que vivimos y, si no hay suerte, al futuro al que nos abocamos.
Una ópera prima
Sorprende que estemos hablando de una ópera prima, de un debut tanto en la dirección como en el guion, en concreto el de Magdalena Lauritsch quien logra salir con éxito de esta primera batalla. Es cierto, hay cosas a mejorar y se ve de forma clara una batuta que en algunos momentos es algo endeble, nada que no logre curar la experiencia y el paso del tiempo. No está sola, junto a ella también debuta en el guion Jessica Lind, aunque con experiencia previa en otros campos en diferentes títulos.
Como consultora han contado con el saber hacer de Elisabeth Schmied, un nombre más experimentado que sirve como bastión para apuntalarlo todo. No en vano ha firmado la serie de animación Lilly the Witch y también Mandy und die Mächte des Bösen, además de la película televisiva Heribert. A estos proyectos hay que sumar el que hasta el momento es el más conocido y exitoso de su trayectoria, Klammer: Rozando el límite, biopic del esquiador Franz Klammer del que se habló en su momento en este medio.
Un trío de protagonistas
En el apartado de interpretación todo el peso recae en Julia Franz Richter, George Blagden y Mark Ivanir, que dan vida a tres personajes que representan cada uno en sí mismo una parte de la sociedad, el paralelismo no es sutil y está ahí puesto para resultar evidente. Franz Richter es una soldado al servicio de sus mandos, de la gran corporación que lo mueve todo, si está conforme o no con ellos es algo que queda a decisión del espectador. Por su lado Blagden es un niño rico que ha tomado conciencia de quién es, de en qué mundo vive y qué puede hacer para mejorarlo. Una dicotomía andante, hijo de su padre pero sin ser su padre.
Ambos se complementan tanto como se separan y más alejado de ellos está Mark Ivanir como un científico que recuerda por momentos al Hans Zarkov de Flash Gordon. Es un genio, no hay otra forma de definirlo, carcomido por sus propios demonios pero a la vez puede ser la última esperanza para la humanidad. Que él quiera serlo o esté dispuesto a ello es algo muy distinto, que deba o no serlo es un tema que quizá esté dispuesto a discutir.
La importancia de la ambientación
Y la nave. La nave es igual de protagónica que todos ellos. Un espacio aséptico, angosto, lleno de recovecos, giros, esquinas y puertas. No es un lugar en el que parezca caber la alegría o la esperanza, no hay espacio para nada que no sea la misión y las exiguas pertenencias que sus habitantes puedan tener. No aparecerá un temible Alien como en la Nostromo, pero la desilusión, el hastío y la soledad del infinito pueden crear la misma angustia y ser más peligrosas.
Esta angustia es una parte importante de la trama y el pie del que cojea. Es cierto que está presente en todo momento, se siente esa claustrofobia y esa sensación constante de que no hay retorno y precisamente por eso mismo puede llegar a no importar, a dar igual por completo al espectador. El hecho de mantener de principio a fin un ritmo igual y un tono igual sin dar cambios en el mismo, sin jugar con ello, lo que logra es que al final el que está al otro lado de la butaca se acostumbre y deje de empatizar con ello.
Un título disfrutable
Con todo Rubikon 2056, comercializado por Divisa, es una acertada y potable película de ciencia ficción con una gran parte de especulación científica, con más o menos base científica real. Un título disfrutable que deja un sabor algo agridulce por la mezcla de sus destrezas y sus carencias, por suerte con la suficiente sabiduría de dar un final que puede que haga volver a latir la esperanza y deje al espectador con una buena sensación de cierre.
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