No hay reflexión final, no hay un cierre a todas estas letras. La historia sigue y la vida también, la mía lejos de Barcelona.

Hace unos días un conocido de Zaragoza me presentó a varios amigos suyos que nos encontramos en una tienda, charlamos un poco y salió el término “Warcelona” que debo decir era desconocido para mí. El juego es bien sencillo, coge la palabra “War” que significa guerra en inglés con parte de “Barcelona” y no puedo mentir si digo que me parece bastante acertado, en los últimos años la capital catalana ha empeorado sustancialmente en muchos aspectos.

Un poco de contexto. He vivido nueve años allí (hace poco me he mudado a Zaragoza) y llegué con la idea de encontrarme una ciudad abierta y cosmopolita, igual de acogedora y moderna que Madrid pero con mar. Esa era la ilusión que tenía en mi mente y que la realidad se encargó de demostrar que no era cierta, algo que por lo que me comentaron amigos mayores que yo que habían vivido allí toda su vida era una situación que venía de lejos, de bastante lejos.

Sus palabras viajaban hasta los años de las olimpiadas, de cómo se lavó la cara, se mejoraron las infraestructuras y durante un tiempo sí parecía existir un ansia de ir a más, de futuro, de abrirse al mañana. Pero, de nuevo en su experiencia, esto duró poco y rápidamente se volvió hacia atrás y más allá, los avances se olvidaron y se prefirió elegir un aspecto vital más cerrado y costumbrista.

En mi experiencia en estos años en Barcelona solo puedo darles la razón y es una lástima, pero la sociedad catalana que he conocido vive en un pasado que hace tiempo pasó. Está anclada en sus propias tradiciones, es bastante poco acogedora y en los últimos tiempos esto solo ha ido a peor, algo que he podido comprobar en el día a día allí según iba pasando el tiempo.

Dicho esto también hay que aclarar que no todo es una guerra constante a pesar de que me parezca más o menos acertado el término “Warcelona”, pero sí es cierto que la localidad es cada vez más conflictiva, más peligrosa, más sucia y con un ambiente cada vez más crispado y viciado. Lo peor de todo, en mi opinión, es la aceptación de una gran parte de la población sobre todo esto sin darle más importancia y asumiendo que sí, que hay gente que quema contenedores pero es lo que toca, o que hay políticos que solo gobiernan (o ni eso) para una parte de la población, que en vez de celebrar la existencia de tres lenguas oficiales (castellano, aranés y catalán) se intenta relegar al ostracismo dos de ellas y una se pretende convertir en un enemigo a ser derribado.

No soy el primero que se va o el primero que sintió que esa tierra jamás iba a ser un hogar solo un sitio en el que residir, otros tantos antes se han marchado y al igual que yo sin intención de volver. Es curioso que de los amigos que tenía que no eran catalanes tan solo quedaba yo, el último bastión que finalmente también se ha ido cansado de darse cabezazos contra una pared. No tenía sentido alguno seguir allí, ni la ciudad me quería ni yo a ella.

Quizá alguno piense “pues estupendo, Cataluña para los catalanes” pero sin entrar en lo insultante y lleno de prejuicios que es eso puedo decir que no, que también son muchos los catalanes que se han ido sin volver la vista atrás. Mi pareja por ejemplo, con el paso del tiempo se dio cuenta de que allí jamás tendría la calidad de vida que deseaba, que aunque le doliera en el corazón el catalán que debía ser un idioma de acogida se había convertido en un arma política, que sencillamente quedarse allí era conformarse con lo malo conocido cuando había mucho bueno por conocer.

Los días pasados me aparecieron varios vídeos en Tik Tok sobre Barcelona y las fiestas de la Mercé, tumultos, cargas policiales, movidas varias… Sucedieron dos cosas: la primera es que me alegré de no estar allí, de que los tres (mi pareja, nuestro Dende y yo) estuviéramos ya viviendo en Zaragoza que si bien tiene sus problemas (igual que cualquier ciudad) no parece querer normalizar estas situaciones y menos todavía protagonizarlas. El segundo hecho es que me preocupé por los amigos que seguían allí, por suerte todos ellos estaban bien y no se habían acercado por la zona (menos todavía al saber del jaleo).

No hay más, no hay reflexión final, no hay un cierre a todas estas letras. La historia sigue y la vida también, la mía lejos de Barcelona o como la llamaban el otro día Warcelona.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *