En 2006, el ya por entonces reconocido director mexicano Guillermo del Toro cambió la forma de la narrativa de fantasía contemporánea audiovisual con El laberinto del fauno. Aquel cuento de hadas para adultos conquistó los corazones de espectadores de todo el mundo y situó al director como cuentacuentos excepcional, millones de ojos esperando que algún día compartiera con nosotros un cuento de similares proporciones y características.
Once años más tarde – doce en nuestro país – llega a la pantalla de plata La forma del agua (The Shape of Water): una historia de amor nacida de lo más oscuro y maravilloso de la mente de Guillermo del Toro, de sus fantasías primigenias de cuando era niño, una oda al fantástico con todas las letras.
Escrita por del Toro y Vanessa Taylor (Juego de Tronos), cuenta la historia de Elisa (Sally Hawkings), una solitaria bedel que trabaja en un complejo de investigación secreta de los Estados Unidos en plena Guerra Fría. Allí establecerá una relación única con un ser anfibio con el que se experimenta (cómo no, interpretado por Doug Jones). Con la ayuda de su mejor amigo Giles (Richard Jenkins), intentará rescatarlo de las garras del terrible Strickland (Michael Shannon).
Aunque la historia de La forma del agua esté repleta de características comunes dentro del género y sean los acontecimientos de la misma previsibles en general, es la maestría narrativa del director y los temas que se tratan en ella aquello que realmente cautiva. Sin duda, la película refleja, si no al cien por cien, la visión del director en su totalidad. Pone en esta cinta todos sus años de aprendizaje y nos la devuelve como un cuento perfecto en sus imperfecciones.
La ambientación de un mundo urbano fantástico lo adereza un elenco de actores que bailan al compás de este mundo que oscila entre la fantasía y lo mundano. Entendemos por qué la Criatura se enamora de Elisa cuando vemos a Sally Hawkins interpretando uno de los personajes más completos de la última década de la forma más simple (que no sencilla) como es la de alguien que es incapaz de articular palabra alguna para comunicarse con el espectador. Sencillamente maravillosa.
Aun así, decir que Hawkins no sería capaz de brillar sin la ayuda de los personajes secundarios a los que interpretan Octavia Spencer y Richard Jenkins, siendo este último mi preferido personalmente. Ambos, incluyendo el Strickler de Shannon e incluso al Dr. Hoffstetler de Michael Stuhlbarg, representan colectivos sociales que, aun estando la película situada casi setenta años en el pasado, podemos encontrar en mayor y menor medida, con uno u otro nombre, y con las mismas dificultades. Un espejo a otra época que refleja una necesidad de cambio, y tratados de forma abierta pero sutil.
La fotografía y el diseño de producción son un deleite para la vista, así como la banda sonora y el diseño de sonido. La criatura es, como se ha de esperar de cualquier hijo de Guillermo del Toro, real más allá de la ficción, un trabajo magnífico de prostética y efectos visuales digitales de Legacy Effects y Trey Harrell.
Cuando la película se dejó ver al mundo en la apertura del quincuagésimo Festival Internacional de Sitges el pasado octubre de 2017 creó una serie de adeptos que afirmaron con voz clara y firme: “este cuento fantástico arrasará en los premios de la Academia”. Los Oscars están, efectivamente, a la vuelta de la esquina y, habiéndose llevado 84 premios a escala internacional, está nominada a 13 estatuillas de oro.
La pieza es maravillosa. Con La forma del agua Del Toro corona su propia cima y se establece como uno de los grandes directores, aquellos que marcarán historia y tendrán packs completos con su filmografía en blu-ray muy caros en la Fnac y muy baratos en su edición alemana en Amazon.
Artículo de Sergi Páez.
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