Grant Morrison es uno de esos contados autores que parecen tener total manga ancha para hacer, y deshacer en sus proyectos. Esto conlleva que sus historias cuenten siempre con un fantástico alarde de imaginación y una capacidad de sorprender que siempre está presente. Esto es algo que al ser un guionista de la industria americana, la más potente (junto con la japonesa), no es del todo habitual ya que en muchas ocasiones los escritores están atrapados por cadenas de diferente tipo.
En el caso concreto de Joe, el bárbaro, el guionista presenta una historia juvenil cargada de emoción y aventuras, además de cierto toque de heroísmo literario (algo recalcado por el título y su referencia a Conan), pero en la que, como siempre, no se ha contentado con hacer un relato al uso y ha querido ir un paso más allá. Si se profundiza un poco, lo que el lector encontrará es una narración sobre el paso a la madurez, sobre cómo el mundo de la infancia debe hacerse a un lado para dejar entrar al futuro y a la persona que vamos a ser el resto de nuestra vida.
Sin duda alguna Grant Morrison ha querido, además, homenajear a grandes autores que le han precedido como L. Frank Baum y Winsor McCay, nombres tras las fascinantes El maravilloso mago de Oz y Little Nemo in Slumberland (y los protagonistas de esas historias, a la postre jóvenes que viajan a lugares oníricamente increíbles) además de a obras tan conocidas como Toy Story y personajes como John Carter, algo que es muy evidente para todo el que se acerque a estas viñetas y sea habitual consumidor de cultura pop. Otro tanto lo ha hecho con las figuras de acción que poblaron las infancias de los niños de los ochenta, apartado en el que el dibujo de Sean Murphy ha sabido salir del paso al retratar a franquicias sin derechos de tal forma que son ellas pero a la vez no lo son.
Es más, muy posiblemente si no fuera este el dibujante encargado de llevar adelante el volumen, es más que seguro que no sería tan disfrutable. Su detallado dibujo, sus arriesgados planos y su gran trabajo en el diseño de personajes hacen de Joe, el bárbaro una apuesta segura. Él logra levantar la historia en los momentos en los que Grant Morrison no es capaz, haciendo que la mezcla de ambos talentos hagan de esta una lectura muy disfrutable.
Hay que hacer hincapié en que en el escritor peca de haberse dejado ir por la nostalgia de los años ochenta (y noventa) del siglo XX, quizá como intento de recreación de una juventud que ya ha quedado en el pasado (nació en 1960) o sencillamente para aprovecharse de toda la ola comercial que atañe a esa época. A productos como Strangers Things o los libros de Yo fui a E.G.B me remito, en los que su valor es poco más que el traer recuerdos a personas que extrañan esa época.
Pero, a pesar de sus flaquezas es una lectura recomendable con una clara y evidente reflexión sobre la infancia, la adolescencia y la adultez. Una historia en la que el escritor juega, como es habitual en él, con diferentes realidades que se entrecruzan sin que lleguemos a estar del todo seguros de qué es cierto y qué no lo es (o, quizá, todo sea verdadero); un artificio que bien usado siempre es un acierto, y que el guionista ha convertido en marca de la casa.
Joe, el bárbaro no es la mejor obra de Grant Morrison pero es una obra de Grant Morrison, y eso ya es en sí un sello de calidad.