Recuperando el espíritu de Marvels, Namor es visto a través de los ojos de Betty Dean.

Desde hace muchos años Namor es uno de mis personajes predilectos de Marvel Comics, y en gran medida es así por los mismos motivos que hacen que el Doctor Muerte también lo sea. Es decir, por su humanidad y nobleza, por lo que se esconde tras su dura fachada de ferocidad y confianza absoluta. No en vano ambos son seres con pasados trágicos y terribles, con vidas complejas y con responsabilidades que les tienen atados de por vida (algunas escogidas y otras impuestas). En Instantánea Marvels: El hombre submarino se explora precisamente este hecho, el hombre que hay tras Namor, más allá de sus bravatas, su ira y su guerra contra los que considera enemigos. Se hace a través de los bondadosos ojos de Betty Dean, personaje que quizá no resulte muy conocido a los lectores más novatos pero que está ligado de forma intrínseca con la trayectoria editorial del atlante. Ella supo ver la humanidad que habitaba en su interior y ahora, igual que otras veces, tendrá que ser su ancla para no vagar a la deriva.

La joven (o no tanto, uno de los temas que precisamente se tratan) ya estuvo ahí en sus primeros tiempos, en la época en que el antihéroe era casi más un villano que otra cosa, un tiempo en el que estaba perdido ante un mundo que le temía y al que él no comprendía. A pesar de ello unió sus fuerzas a las del Capitán América y otros para formar Los Invasores, llevar la guerra ante las mismas narices de los nazis y volver victoriosos a casa. ¿O no?

Todos sabemos que en realidad ante la tragedia de un conflicto bélico lo único que hay son supervivientes, pero no ganadores, si acaso solo perdedores. Y en sus días de batallar y de intentar salvar a otros, Namor dejó tras de sí parte de él, de su alma y de quién era. Un ruido le hace recordar las bombas, una imagen le lleva de nuevo al campo de batalla… En toda regla este personaje que es indestructible, capaz de hacer que el océano le obedezca y de enfrentarse con temibles monstruos abisales, sufre un claro trastorno de estrés postraumático.

La propuesta de la historia sale de la mente de Alan Brennert quien se ha empapado perfectamente del estilo del Marvels original, de la intención de enseñar a estos seres prodigiosos vistos por alguien mundano y sin poderes. De esta forma se logra ahondar en la personalidad de Namor, mostrándolo más allá de ese monarca irascible que estamos acostumbrados a ver y al que tanto amamos.

Por supuesto para el apartado gráfico se necesita a alguien que sepa dar a las viñetas un toque clásico y atemporal, así que el elegido no podía ser otro que Jerry Ordway. Dibujante por excelencia cuando se quiere viajar al pasado de los héroes, y que no hace tanto lo hizo también en el recomendable cómic El Capitán América y Los Invasores. Su narrativa y sus trazos son un auténtico viaje en el tiempo, siendo capaz de trasladar a cualquier lector a una época en que las cosas eran más sencillas y si bien el mundo no era en blanco y negro, tampoco estaba lleno de grises.

Una historia tierna a la par que emotiva, que se empaña de tristeza por saber el funesto final que le aguarda a la que en su juventud amó al rey de Atlantis.

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