En su habitación Frost, perrito de aventuras primero abrió los ojos poco a poco mientras intentaba enfocar sin éxito alguno, en ese momento se dio cuenta de algo importante: las luces seguían apagadas.
– Duque, ¿estás ahí?– Claro que estaba, era la nave, no podía no estar.
– Dime, Frost. ¿Has dormido bien? – Respondió con su voz mecánica, sin comentar todavía nada de las muchas llamadas que había estado cortando.
– ¿Puedes encender las luces? – Pidió y acto seguido matizó – Poco a poco, por favor. Que ya me conozco tu bromita de poner todo a tope – Os diría que puso cara de enfado pero no lo sé, las luces estaban apagadas.
– Claro, Frost, ahora mismo – Y si en sus tonos se oía algo parecido a una pequeña risa metálica es algo que no puedo asegurar.
La habitación se encendió poco a poco al ritmo que necesitaba nuestro protagonista. Se levantó de la cama, se quitó el uniforme que llevaba que apestaba un poco (más bien un mucho) tras toda la aventura y la persecución de los pamuches y haber dormido con él, lo lanzó por un compartimento para que se lavara y cogió otro de su armario. Digo armario pero era un auténtico sistema de traslado de trajes y vestuarios que de haber estado en una sola habitación habría ocupado varias de ellas. Frost podía escoger uno con solo mentarlo o introducir en un pequeño teclado varias ideas y el sistema le proporcionaba varias opciones.
Aunque por lo general el perrito de aventuras solía escoger casi siempre algún uniforme de color rojo con una F en el pecho. Los detalles podían variar, claro. El que se estaba poniendo tenía los guantes y las botas de color plateado, y también el cinturón. Otras veces prefería un uniforme blanco o púrpura, también los tenía específicos para misiones concretas como uno gris oscuro que se volvía totalmente negro o uno azul marino pensado para volar por el cielo del atardecer. Frost es un perrito aventurero muy bien preparado. No en vano lleva mucho tiempo de hazaña en hazaña.
Capítulo 3º, 2ª parte: La alarma incesante. Esta historia continuará…