La noche pasó y el día siguiente había llegado. Las ascuas de los recuerdos seguían encendidas y también las de la amistad. Frost, perrito de aventuras, era uno más de la tribu, le habían acogido como uno de los suyos. Pero su misión debía proseguir, había un mundo por salvar. Era cierto, ellos siempre habían vivido en el desierto pero otros tantos habitantes del planeta no y lo estaban pasando realmente mal. Calor por el día, frío por la noche, escasez de agua, alimentos casi desaparecidos y las nubes…
esas nubes que se movían.
Las vio a lo lejos, sí se movían. – Pero todas las nubes se mueve, ¿no? – Y una voz dentro de él le respondió, “Sí, pero no así”. Y como si se lo hubiera dicho otra persona lo repitió en voz baja, solo para él, para asegurarse de que lo había entendido, -Las nubes se mueven, pero no así-.
– Las nubes…
… se mueven…
… ¡PERO NO ASÍ! –
Entonces se dio cuenta, sí que le había saludado una nube cuando llegó al planeta. Ellas eran la clave, todo estaba en las nubes. Daban sombra, traían la lluvia y ahora se estaban comportando de forma extraña.
Tenía todo listo para partir, le había preparado víveres y enganchadas en el cinturón de su traje llevaba dos cantimploras con agua junto a un pequeño cuchillo ornamentado, pero antes de irse pidió hablar una vez más con Sabala, debía consultar con ellas sus dudas. Por supuesto ella accedió y compartieron un rato más de charla dentro de su tienda, – Háblame de las nubes, ¿siempre se han movido así? – preguntó de forma bastante directa, el perrito aventurero había despertado y la misión debía continuar.
Ella se sorprendió por su pregunta, nunca se había parado a pensarlo realmente. Su pueblo siempre seguía las nubes pero no tanto a ellas más su dirección, pasaban por donde habían pasado ellas antes para asegurarse encontrar agua y sustento, pero ahora que Frost hablaba de ello… – Tienes razón antiguo forastero, tienes toda la razón. No entiendo qué sucede-
La anciana matriarca habló y recordó que antes las nubes se movían pero lentamente, menos erráticas, era como si… como si… – Estuvieran huyendo de algo – Al decirlo la sonrisa pícara de amante del peligro apareció en el rostro de Frost, perrito de aventuras.
– Gracias por todo- Se inclinó con una reverencia y salió con cierta prisa de su tienda.
No se paró a despedirse de nadie, solo cogió la mochila (llamarlo mochila era ser harto generoso. Más bien era un hatillo, poco más que un trozo de tela atado con una cuerda) que le habían preparado con víveres y agua, y empezó a correr detrás de la nube que había divisado a lo lejos.
El problema es que las distancias engañan y más en el desierto. Se había alejado bastante, llevaba un rato trotando, pero no conseguía llegar. Además, ¡las nubes están en el cielo! ¿Cómo iba a llegar hasta ella? No tenía las alas que había usado para bajar al planeta, es más, sospechaba que era con ellas con lo que los beduinos habían hecho el hatillo, no digamos sus habituales cohetes y aunque el traje que llevaba le protegía del sol y el calor no tenían ningún gadget (o cachivache, como a veces él los llamaba) que pudiera ayudarle.
Fin de la 1ª parte del capítulo 6º. De nuevo… el gusano.
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