Una película sencilla y bella que hace que la vida sea un poco mejor.

En un libro es realmente importante la primera frase, el comienzo. Es la antesala de todo lo que ha de venir, es esa parte iniciática que tiene la dura misión de abrir el apetito, de que se quiera más. Pero igual de relevantes son las palabras que lo cierran, el final y la despedida, es lo que dejará un buen o mal sabor de boca, y si bien podemos perdonar un segundo acto irregular siempre será así si el tercero nos da lo que necesitamos. Esto mismo es extrapolable a otras tantas artes, a la vida y, por supuesto, a festivales de cine como el BCN Film Fest. Así tenemos que el pistoletazo de salida, la película de inauguración, fue la cáustica Una joven prometedora, una propuesta muy recomendable y que parece haber conquistado por igual al público y a la crítica. Al otro lado, como filme para la clausura, está Entre rosas, un proyecto sensible y dulce que logra que el final del evento deje una sonrisa en el rostro. Será esa idea la que perdure en la mente de todo el que acuda a verla, y sin duda la responsable de que el año que viene más de uno repita en la muestra. Por el buen sabor de boca, precisamente.

Claro, que en este caso sería quizá más correcto decir que es por el perfume que deja, ya que hablamos de flores y si bien no es posible disfrutar en el cine de su fragancia, debe reconocerse que Pierre Pinaud casi lo logra. El director lleva las riendas con cuidado, como si trabajara con algo realmente delicado, prepara planos bellos y logra conmover con tan solo mostrar los cuidados que precisa una rosa. Y si bien es directo en sus planteamientos, sin alargar el título de forma innecesaria (algo muy de agradecer), también sabe tomarse su tiempo para contar y mostrar aquello que tiene en mente.

En Entre rosas se nota el cariño en todo momento, algo que sin duda viene en gran parte por trabajar con una idea propia (pero con un guion final firmado por varias manos), y también el respeto por lo que está haciendo. Y, de forma muy palpable, se ve el respeto y la admiración que siente por Catherine Frot, una de las grandes actrices del momento que en su haber tiene títulos tan recomendables como Odette, una comedia sobre la felicidad o La cocinera del presidente, entre otros muchos.

Sus tablas están presentes a cada segundo, es la protagonista de la película, pero eso no impide que el resto del escueto reparto tenga su espacio y su minuto de gloria. En ningún momento se ven eclipsados por ella, más bien todo lo contrario, brillan más cuando están a su lado. Destaca, por talento e importancia en la trama, Manel Foulgoc como Fred, un joven que viene ha tenido una vida familiar dura pero que logra encontrar su propio camino.

Y sí, sé lo que está pensando más de uno, “Esto ya lo he visto”, o quizá un “Esto ya lo conozco”. Claro, es cierto que Pinaud no cuenta nada especialmente novedoso en Entre rosas, y tampoco de una manera revolucionaria, pero eso no importa, lo que importa es que lo hace bien y se preocupa de dar una buena factura al producto final. Por supuesto que hay otras películas similares, con historias cotidianas que esconden su propia reflexión vital (sin ir más lejos, y en el propio BCN Film Fest, Sueños de una escritora en Nueva York), pero se entra aquí en otro debate distinto: ¿es mejor una producción que otra solo por ser más arriesgada e innovadora? ¿Es peor una producción solo por narrar algo conocido y hacerlo sin renovar nada?

Quizá lo que importa es la sensación que deja, ese buen sabor de boca, ese sentir empatía y cariño por unos personajes que no son reales, y esto es algo que Pierre Pinaud logra prácticamente desde el primer minuto. En un momento del metraje Catherine Frot, o más bien el personaje de Eve Vernet, dice que “la vida no es nada sin belleza”, y tiene razón. Entre rosas es una película sencilla y bella que hace que la vida sea un poco mejor.

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