Acompañado por un reparto de lujo, e interpretando a un Poirot encantador, Branagh consigue lo que se proponía: explicar una versión agradable, disfrutable y fiel a la narrativa actual… consciente de que en unos años volverá a contarse otra vez.
En Asesinato en el Orient Express, la octava adaptación audiovisual de la novela de Agatha Christie en menos de medio siglo, Kenneth Branagh (Mary Shelley’s Frankenstein, 1994; Thor, 2011) dirige e interpreta el papel protagonista: “probablemente el mejor detective del mundo” Hercule Poirot. En esta aventura, Poirot deberá interrumpir sus vacaciones en el Orient Express cuando tiene lugar un asesinato en el que todos y cada uno de los pasajeros del tren podrían ser sospechosos. Poirot, a contrarreloj, frente a un grupo de desconocidos. Este es el caso de su vida.
El Orient Express de Branagh ofrece aquello que se va a buscar en una película del aclamado (y no a partes iguales) director irlandés. Como en todos sus tratamientos narrativos, los sucesos y personajes son grandilocuentes y dignos de una épica clásica, mejor dotados para los escenarios del Globe Theater de Shakespeare que para la pantalla moderna. Sin embargo, uno siempre ha sido partidario de esta manera de contar las historias, por lo que he disfrutado el caso sobremanera.
El Hercules Poirot de Kenneth Branagh es encantador – un caballero del siglo XX obsesionado con las maneras y la balanza universal. Su humor inglés (camuflado por el belga, y viceversa) y nivel de detalle es exquisito, y cualquiera querría ver una aventura de su Poirot sin resolver casos. Charming.
Aunque Branagh consigue establecer un buen personaje principal con la ayuda de una trama sólida de la mano de Christie (y el guionista en alza Michael Green – Logan, Blade Runner 2049, 2017), no es él más que quienes le rodean aquello que me hizo disfrutar más de la película.
Personajes elocuentes y perfectos en sus imperfecciones: el reparto de personajes secundarios es impecable. Cada uno de los actores tiene un momento para brillar, y deleitan cada vez que aparece uno en pantalla. Excéntricos, pero creíbles, consiguen que sus breves aportaciones destaquen, pero que luzcan aún más cuando se encuentran todos en la misma sala. O vagón.
Sorprenden Josh Gad, reconocido cómico por dar vida a LeFou en La Bella y la Bestia de 2017 y ser la voz del muñeco de nieve Olaf en la saga Frozen, que demuestra su don de actor dramático en una de las mejores escenas de la película; y Daisy Ridley confirma que la Fuerza es poderosa en ella fuera del universo Star Wars.
La secuencia de introducción a todos y cada uno de los personajes está elaborada con una maestría espectacular que deja el listón demasiado alto para el resto de la película. El desarrollo de esta, a diferencia del viaje, transcurre sin problemas pero con unos altibajos que tan sólo solventan las magníficas interpretaciones de su reparto: oír a Jacobi, Depp, Dafoe, Pfeiffer, Dench y Cruz soltar las líneas de sus personajes es una delicia.
Dos escenas de acción rompen la monotonía de la película – necesarias para el público actual – y acompaña al viaje y a los personajes una fotografía cuidada y una preciosa representación del “mundo moderno”. El Orient Express tiene tanta fuerza que puede ser perfectamente un personaje más del filme.
Asesinato en el Orient Express es una buena adaptación de la novela, poderosa desde un ángulo clásico: un puente entre el cine moderno y la narrativa clásica que aborrecerá a unos, encantará a otros tantos y, con suerte, traerá a una nueva generación de jóvenes al mundo del misterio y el asesinato. Allons-y!
Un artículo de Sergi Páez.
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