Imaginad esta situación.

Estáis de viaje. La casa de una amigo, vuestra ciudad natal, un pueblo de un pariente… Habéis decidido ir unos días para relajaros un poco. Todo muy normal. Llegas, abrazos, risas, alguna cerveza y entonces alguien (siempre hay alguien) hará la típica pregunta: “¿Dónde te has dejado a tu pareja?” “¿Cómo no te las has traído?”

La típica pregunta rancia y anacrónica. Todo sea dicho.

No la he dejado en ninguna parte y no tengo que traerla a ningún sitio. Mi pareja es una persona adulta que toma sus propias decisiones, que tiene su vida, sus pasiones y sus miedos. Igual que yo. Igual que todos.

No es, ni nunca será, mi media naranja. Si acaso es un bello melocotón entero que da color a mi verdor de melón entero. Pero nunca va a ser mi mitad y tampoco voy a ser yo la suya. Estoy entero y completo y mi pareja también. Tenemos una vida en común, hemos decidido tenerla y queremos tenerla, pero ni de lejos nos falta algo que solo otro puede completar.

Pero no siempre es así. O más bien parece que para muchas personas esto es imposible y en el momento en que no vas de viaje con ella sale el “Ya, ¿pero estáis bien?”. De puta madre estamos. Tan de puta madre que no nos hace falta hacer todo permanentemente juntos, que podemos tomar nuestras propias decisiones y disfrutar de vidas independientes además de una en común.

¿Cómo? Siendo nosotros mismos. Primando el respeto, la confianza y la sinceridad por encima de todo. No es una cuestión de no tener secretos a base de estar siempre juntos o de tener que contarnos todo el uno al otro, sencillamente es querer estar juntos y hacerlo sabiendo que es una relación de iguales.

Sin celos, sin medias verdades, sin esos extraños duelos de poder que tanto suelen verse en muchas relaciones de pareja. Solo un amor compartido y real, no ese de Disney que tanto mal ha hecho y menos todavía el tópico de querer ser Romeo y Julieta (¡Venga ya! ¿Pero sabéis cómo acabaron?). Lógicamente es más fácil pretender eso que aceptar a la otra persona según es y quererla así, intentando ayudar a que deje atrás sus flaquezas y ser el pilar sobre el que apoyarse cuando cae.

Y te miran raro. ¡Oh si! Mucho. Vas solo al cine a ver una película y parece que ha pasado algo. Tienes una cena con tus amigos y alguno preguntará (ya que claro, si estás en pareja no puedes ir solo), y no digamos la cara de sorpresa de más de uno cuando sabe que llevas tiempo con alguien y no se lo puede creer ya que no tienes plagadas de fotos juntos tus redes sociales. Mira, igual es que no quiero que sea así, quizá es que los dos preferimos tener nuestra intimidad y nuestros momentos, igual que otros parece que dejan de existir de forma individual.

Claro, pero es que si estás en pareja tienes que hacer las cosas en pareja. Sí y no. Tienes que hacer en pareja las cosas que quieras hacer en pareja, pero no todas. Tienes que ser un apoyo, no una sombra. Abrazar y dar ánimos, no azuzar. Ser la persona que acompaña y no la mitad de alguien que ya está completo.

“Hola, ¿puedo llevar a alguien a tu fiesta?”, sí, claro que puedes, pero la pregunta es si alguna vez vas a venir tú y no tú+tu pareja. No pasa nada. No quieres menos a esa persona por no estar con ella cada minuto del día, de hecho quizá sea justo al contrario. Puedes venir tú siempre que quieras, nos gustaría verte a ti de nuevo, según eres y según te queremos. No pasa nada si viene tu pareja, pero tampoco pasa nada si no viene. Tenlo en cuenta.

Vivimos en un mundo lleno de ideas preconcebidas y tópicos que llevan a prejuicios. Este es uno. El de las parejas que son una sola persona y no pueden tener una vida si no es la una con la otra. Bien, la historia y la realidad nos ha enseñado que no es así. Puedes tener tu vida, deberías tenerla y de hecho es que si no puedes tener tu vida propia, ¿cómo vas a tenerla con otro?

Cada uno de nosotros somos uno en sí mismo. Tenemos nuestra propia personalidad y eso es lo que nos hace increíbles.

No busques a alguien que te complete. Busca a alguien que te acompañe y te haga disfrutar del camino.

Tú. Él. Dos.

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