Una serie que cayó en el olvido hasta el día en que al hijo de Stephen King se le metió entre ceja y ceja resucitarla

Os voy a hablar de Tales of the Darkside. Una de esas series que tanto lo petaban en los 80 y 90, que consistían en historias de terror autoconclusivas sin un hilo conductor de fondo en las que, si te perdías un capítulo o te perdías diez, tampoco pasaba nada. Series como El Guardián de la Cripta, Cuentos Asombrosos, la Dimensión Desconocida, El Club de Medianoche, la infame Pesadillas… sí, ya sabéis de qué os hablo.

Tales of the Darkside fue una más de aquellas series, que pasó sin pena ni gloria pese a haber sido creada por el maestro del terror George A. Romero –que, a parte de su legendaria saga de los Muertos Vivientes, ya tenía tablas en este tipo de historias gracias a la saga de películas Creepshow-. Lo máximo que lo petó esta nueva saga fue cuando se hizo una peli en 1990, “Tales from the Darkside: The Movie” –traducida de forma vergonzosa en España como “El Gato Infernal”- y que contara con un reparto de lujo que incluía a, entre otros, Christian Slater, Steve Buscemi, Julianne Moore o la mismísima Debbie Harry, de Blondie.

Una serie que cayó en el olvido hasta el día en que al hijo de Stephen King se le metió entre ceja y ceja resucitarla. Ya sabemos que en la familia King lo de resucitar cosas siempre acarrea consecuencias poco deseables, como que un gato zombi se intente comer a tu hijo o que Sam Neill acabe delirando en un manicomio lleno de dioses primigenios junto a Lionel Luthor. Pero Joe Hill se empeñó en resucitar esta serie y escribió unos cuantos capítulos que, desgraciadamente, nunca llegaron a ver la luz. Hasta que Michael Benedetto vio el oro puro que tenía en las manos y decidió adaptarlos al cómic que nos ocupa.

En él, disfrutamos de tres historias de terror al más puro estilo Creepshow, con jóvenes descerebrados que cometen un error grave y son castigados por esa fuerza demoníaca llamada karma que tan buenos ratos nos ha dado en el cine. Tenemos al socorrista fiestero que se duerme en el trabajo y se le muere una señora, que será castigado con un superpoder maldito. Tenemos a la adolescente que escribe por el móvil mientras conduce y que cae en las garras de una familia de asesinos en serie la mar de bucólica y entrañable. Y, en medio de todo, al pobre Brian, que no ha hecho nada malo pero le toca la peor parte.

Porque uno de los elementos más interesantes de esta obra es que tiene un hilo conductor, no ya un mero narrador que introduce las historias –como lo era el Guardián de la Cripta, o el John Carpenter zombi en la masterpiece Bolsa de Cadáveres- sino que forma parte de ellas de forma significativa. Brian Newman es un pobre desgraciado con una especie de gemelo malvado de otra dimensión que pone los pelos de punta como sólo un personaje creado por un miembro de la estirpe de los King podría hacerlo. Y no podríamos identificarnos más ni sentir más lástima por el pobre protagonista y esa horrible vida que su Loki particular le ha obligado a llevar.

Si de algo peca este cómic es de santurrón, que quizás es el único defecto que se le pueda sacar. Nos muestra a los personajes siendo castigados de forma desproporcionada por sus errores y sus estupideces juveniles. Pero no es algo que moleste en exceso, al fin y al cabo es uno de los recursos más básicos del género del terror. Si los guionistas no se empeñaran tanto en enseñarnos que los que se portan mal son castigados divinamente, no tendríamos la Matanza de Texas, ni Posesión Infernal, ni viernes 13, ni ninguna entrega de la saga Creepshow, entre tantas otras.

El dibujo, a cargo de Gabriel Rodríguez, puede chocar al principio por su extrañez, sobre todo por ese entintado tan carente de diversidad en sus grosores, donde la menor arruga es igual de ancha que el contorno de un edificio. Pero en pocas páginas te das cuenta de que ayuda a potenciar la atmósfera agobiante y terrorífica de la historia. Y no se le puede negar una gran maestría en el manejo de la expresividad.

Un cómic entretenido, sin más, que no se convertirá en una obra de culto recordada por los siglos de los siglos –no todo cómic puede ser un Watchmen o un Sandman, qué se le va a hacer-, pero que es interesante, engancha y se disfruta. Quién sabe lo que habría pasado si la serie de televisión hubiera llegado a ver la luz, quizás se habría convertido en un fenómeno de masas y habría traído de vuelta las ya casi desaparecidas series de terror episódicas. Pero lo siento, Joe Hill, no era el momento ni el lugar.

Artículo de Josë Sénder

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *