Alexandra Lamy vuelve a encabezar una comedia con tintes dramáticos, como ya hizo en Sobre ruedas o Vuelta a casa de mi madre. En esta ocasión dando vida a Béatrice Mazuret, una mujer cuyo esposo sufrió hace un lustro un accidente que le dejó ciego y provocó que su mente no tuviera filtros, así dice y hace en todo momento sin pararse a pensar.
Cinco años duros que ahora se ven reflejados en una novela sobre ella, él su vida y sus amigos. Su primera obra que será además el gancho sobre el que gira toda la trama, cuando sus algunos de sus conocidos lo vayan leyendo sorprendiéndose de lo que está escrito.
De esta forma Eric Lavaine, junto a Barbara Halary-Lafond y Bruno Lavaine, da paso a un filme en el que lo realmente importante y destacable, es el conjunto de personajes que llenan ese grupo de amigos. Todos ellos bien diferentes entre ellos, unidos por las circunstancias y la vida, pero cada uno con una forma muy concreta de ser y hacer.
El director y sus compañeros se basan de forma clara en estereotipos bien conocidos por el público, así llevan a este hasta un lugar conocido por ellos para después llevarlos por su propio camino (a los espectadores y a los personajes). Crean a cada uno de ellos un pasado y una historia propia, desvelada generalmente a base de pequeñas sentencias por parte de los otros (o propias), logrando que sean así personas tridimensionales y no solo personajes planos.
Esto es sin duda lo mejor de la película, el gran tratamiento de personajes que es sostenido por actores reputados del cine francés, entre los que se cuentan Michaël Youn (vedle sí o sí en El chef: la receta de la felicidad), Anne Marivin (seguro que os suena por haberla visto en la divertida Bienvenidos al Norte), o José García que interpreta a Frédéric (marido de Béatrice) con una actuación exagerada pero sin caer en la sobreactuación que personalmente me pareció la mejor de todas.
Pero dicho esto, hay que indicar también que el filme no logra funcionar tan bien en lo que se refiere a su argumento y su tema, yendo en ocasiones a trompicones. La historia no camina con fluidez, dejando entre elipsis más información de la que debería y en ocasiones haciendo justo lo contrario, centrarse más de lo que debería en puntos que en realidad son bastante irrelevantes.
Claro está que esto no significa que no sea un producto aburrido o que no cumpla, y el más de un millón de espectadores que ha tenido en Francia es una muestra de ello, pero sí conlleva que el producto no sea todo lo redondo que podría haber sido.
Al final, todo se reduce a una sola pregunta y es la siguiente: ¿Merece la pena ir a verla? Sí, lo merece. Id al cine y disfrutad de la amistad que emana Sin filtro.
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