Al cabo de varias horas el intrépido aventurero se despertó, se aseó un poco (aunque no le gustaba especialmente ducharse) y se encaminó de nuevo al puente de mando.
—Buenas noches, Frost, ¿has descansado bien? —preguntó Duque.
—Sí, hacía mucho que no podía dormir tanto. Me siento muy bien —dijo mientras su naricita empezaba a moverse. Hacía sniifff, sniifffff. Había un olor realmente delicioso—. Huele estupendamente, Duque, ¿qué has preparado? —Se le hacía la boca agua y eso que no sabía qué era.
Duque, una vez más, sonrió sin que nadie pudiera verlo. —Luego lo verás, es una sorpresa. Mientras termina de hacerse te propongo algo —dijo y acto seguido de una de sus paredes salió un traje especial y espacial, uno que le permitía a Frost salir de la nave en medio de la nada sin problema alguno.
—¡Ah! —dijo con su característica media sonrisa de pícaro— Entonces hemos llegado a Barbarean —Empezó a colocarse el traje.
—Sí, y quedan unos pocos minutos para que empiece la lluvia de estrellas. Te dará tiempo a subir y sentarte en mi lomo para verlo. Yo me quedo aquí, claro —Se oyó un crujido metálico que hacía las veces de risita.
Frost también se rio. —Eres un bobo —dijo con cariño. Se colocó la escafandra, Duque abrió una compuerta y el pequeño explorador salió.
Fuera, al espacio, entre el todo y la nada, entre los mundos, entre los solos y las lunas. Daba igual las veces que lo hubiera visto, para él siempre era la primera. Era algo maravilloso, jamás se cansaba de ello. Abrió sus preciosos ojos almendrados, su sonrisa era tan enorme que casi se le salía de la escafandra. No había palabras. Al menos él no las tenía.
Sin gravedad, voló hasta la superficie de Duque, activó sus botas magnéticas (y el culo magnético, sino no podría sentarse) y se aposentó. Esperó, no mucho, apenas cinco minutos, y entonces empezó una preciosa lluvia de estrellas solo para ellos dos. No había nadie más en muchos años luz a la redonda, solo estaban ellos y las estrellas. Y cantaban, oh, cómo cantaban las estrellas. Una canción preciosa e inmortal.
Frost, perrito de aventuras, no pudo evitar que una lágrima le cayera por el rostro a pesar de la gran alegría que sentía. Una alegría que era compartida por Duque.
—Perrito de aventuras —dijo Duque.
—Dime, nave inteligente —respondió Frost.
—Feliz Navidad —dijo la nave inteligente.
Frost cerró los ojos por un momento, dio unas pequeñas palmadas en la superficie de su compañero, y los abrió de nuevo. —Feliz Navidad para ti también —dijo con una gran sonrisa mientras las estrellan caían, bailaban y cantaban para ellos.
«Y en la tierra paz y buena voluntad para con los hombres.»— Lucas 2:14.
Noche de Paz, un relato de Navidad de Frost, perrito de aventuras. Final de la 2ª parte y del relato.