Recuerdo perfectamente dónde leí por primera vez las historias de Los Fabulosos Freak Brothers. Fue en la biblioteca pública de Valladolid (uno de mis rincones favoritos de la ciudad), y recuerdo también que en ese momento, siendo yo un chaval, ya me entusiasmó la locura y diversión que impregnaban cada una de las viñetas que tenía ante mí.
Muchos años después volví a este irreverente y muy pasado de rosca trío de amigos (¿o hermanos? A veces no está tan claro) gracias al primer recopilatorio que sacó La Cúpula, y de nuevo no pude evitar reírme con todas sus disparatadas aventuras. Más todavía que antes, ya que el haber ganado en edad y conocimiento me hacía entender algunos chistes que de infante quedaban totalmente velados.
Hace poco cogí de nuevo ese tomo y volvió a suceder, y no esperaba que con el segundo integral fuera a ser distinto. No lo ha sido. Desde la primera hasta la última de sus más de cien páginas el humor está presente dando paso a la comedia más absurda y buenrrollista que uno pueda encontrarse en el mundo del cómic.
Un no parar de reír, de malentedidos, de locura y sí, de drogas y marihuana sin las que Los Fabulosos Freak Brothers (quizá) no lo serían tanto. Pero para los que no conozcan a estos personajes, que no crean que todo es superficial o anodino, ya que tras esa primera e hilarante capa subyace un texto lleno de crítica, de sarcasmo y de protesta visceral ante gran parte de la sociedad de su momento (y, esto es así, mucho de ello sigue estando vigente).
Los Fabulosos Freak Brothers son una institución, una obra por la que no pasa el tiempo y que solo mejora con el transcurrir de los años. Un mundo lleno de color, aunque sus páginas sean en blanco y negro, está esperando a que entres de lleno en él.
Hazte un favor, aunque solo sea una vez en tu vida, pero consigue sus aventuras y sumérgete de lleno en ellas.