Se para un momento mientras llega hasta ella el olor de la leña quemada, un olor reconfortante que le hace pensar en su familia y en que dentro de poco volverá a verlos. Un pensamiento que lleva una sonrisa a su rostro. Prosigue su relato mientras camina por entre su audiencia y el fuego, sin tambalearse o acercarse a las llamas a pesar de no poder verlas.
-En este lugar que antes era un vergel y que estaba lleno de árboles también había otras vidas. Los animales campaban a sus anchas, vivían entre ellos y solo tomaban lo que es necesario. Eso hacíamos, y hacemos nosotros-, una aseveración que hizo que todos asintieran. Excepto uno, el forastero que había tratado como un igual. Él solo escuchaba atento, sus ojos miraban a la anciana mientras narraba su cuento, sus orejas seguían cada una de sus palabras como un alumno antes del día del examen.
-Nosotros somos los que pasamos ocultos, los que no dejamos huella. La madre nos da sus frutos y los tomamos con alegría. Recogemos lo que está en el suelo, bebemos el agua de los ríos, cuidamos a los que están heridos y solo dejamos atrás a aquellos que desean que así sea. Quizá para fundar sus propias tribus, pero siempre sabiendo que todos somos parte de un todo. La suma de uno y otro no es dos, la suma de uno y otro soy yo y eres tú y tú y todos-. Alguien se acerca al fuego, un hombre corpulento que mira a la anciana con respeto, admiración y cariño. Parece un poco más joven, solo unos pocos años, quizá sea su marido o su hermano. No dice nada, solo se acerca a las llamas, pone un par de leños más y regresa a su sitio con el mismo silencio que ha mantenido en su acción.
Sabala sonríe al notar que el calor del fuego es más intenso. Se gira hacia el hombre corpulento, sabe dónde está sentado y le dirige una reverencia. Prosigue con su relato.
-Pero todo ha cambiado. El vergel ya no existe, la tierra antes verde ahora es parda, los árboles han dejado de estar para cobijarnos con su sombra, los ríos apenas llevan el caudal que nos permite beber. Todo se ha transformado en un desierto. Las nubes que eran nuestras amigas, nuestras guías y nuestras proveedoras parecen asustadas. Ya no recorren el cielo con su osada valentía, lo cruzan con rapidez y ansia, con miedo y pesar. Las seguimos, es nuestra elección, siempre las hemos seguido, pero antes pasábamos semanas cerca de ellas, nos bañábamos en sus lágrimas de alegría…- su voz de papiro y dulces se entrecorta, una tímida lágrima que nadie ve cae por su rostro.
Solo uno la ve, el forastero al que tratan como un igual. Sus pequeños ojos marrones están acostumbrados a la oscuridad, saben ver entre las sombras, aunque sea con un pequeño esfuerzo. Se entrecierran para asegurarse y sí, ahí está, una lágrima que podría llenar un océano. Pero incluso así no sería suficiente para devolver lo que se ha perdido.
Capítulo 1º, 2ª parte: Todo esto era un vergel. Esta historia continuará…