Frost, perrito de aventuras, en el desierto

Frost, perrito de aventuras, en el desierto

Sigue la historia de Frost, perrito de aventuras.

Duque cerró la compuerta y se quedó allí arriba esperando. No podrían comunicarse, no sabría qué le ha pasado a su amigo hasta que lograra salir de allí, si es que lo lograba. Habían acordado que si pasaba un mes y no había comunicación de ningún tipo contactaría con los Cadetes Espaciales, pero hasta entonces debía esperar. Apagó sus luces internas y se quedó en silencio. Frost, perrito de aventuras, iba en caída libre. Pero no parecía preocupado. No debería estarlo, lo tenía todo planeado al milímetro. Bueno, solo lo que podía planearse que era más o menos esto: Llegar al planeta, abrir la puerta y lanzarse. Hasta ahora todo iba según lo marcado. A partir de aquí empezaba lo desconocido.

Mientras caía el pequeño can no decía nada. Al menos no palabras. Lo que salía de su boca era un:

– ¡¡¡¡¡Woooooaaaaaaahhhhh!!!!-

Eso y algunas carcajadas. Estaba realmente alegre y se estaba divirtiendo mucho. Notaba la presión del aire contra su cuerpecillo menudo, sentía algo increíble, algo que jamás había sentido antes. Era, sencillamente, algo genial.

Caía con rapidez, tanta que le pareció que las nubes que atravesaba le sonreían y saludaban, pero no podía ser. Las nubes no sonríen y no saludan… ¿O sí lo hacen? Debía ser algo de la altura y la velocidad, eso era sin duda. Todo el mundo sabe que las nubes no sonríen y sin embargo…

Daba igual, seguía cayendo y el mundo empezaba a conformarse a su alrededor. El suelo se acercaba con cierta rapidez y si no hacía algo parecería una tortilla más pronto que tarde. Pero eso también lo habían pensado, con su sonrisa pícara surcando su rostro peludo apretó uno de los botones de su traje y dos alas aparecieron en su espalda. No podía contar con cohetes, no sin saber cómo afectaría el magnetismo y hasta dónde llegarían las nubes, así que se decidieron que iba a llevar dos alas desplegables de telas muy resistentes de un solo uso.

En realidad podría tener más de un uso y cuando aterrizase se guardarían, pero asumían que serían de un solo uso dado que no contaban con que tuviera que lanzarse de nuevo con ellas. No se estaban, Frost en concreto, a hacia un planeta que parecía estar pasándolo mal para crearles desperdicios y malgastar recursos. Eso no debía hacerse.

Con ellas empezó a planear, no tenía demasiada experiencia aunque lo había hecho antes. También volar gracias al jetpack que usaba en ocasiones, pero esto era distinto. Al desplegarse las alas notó un tirón hacia atrás debido a las mismas, se agarró con fuerza al correaje mientras sentía la fuerza del aire en el rostro. Todo su cuerpo lo notaba, sus brazos, sus piernas, su hocico y los peletes… ¡Y eso que llevaba un traje protector y una escafandra!

Usó el peso de su cuerpo para equilibrarse y poder planear, un par de veces casi le derrota la fuerza del viento pero logró salir indemne. El suelo estaba cada vez más cerca, se preparó para aterrizar y… Bueno, aterrizar lo que es aterrizar lo hizo. No con estilo y gracilidad, más bien con un tropezón, un mamporro y por poco una voltereta con todo el trasto que llevaba a la espalda. Pero todo explorador está acostumbrado a los tropezones, los golpes y los morados. La aventura es lo que tiene.

El perrito de aventuras se incorporó sin ser del todo consciente de haber caído en arena. Las alas de la espalda no servirían para otro viaje y de forma automática se soltaron de su espalda. Al menos estaba entero, dolorido pero entero. En ese momento miró a su alrededor para ver dónde estaba. Mientras caía era complicado saberlo, todo iba muy deprisa y debía intentar aterrizar. Sus ojitos almendrados escudriñaron el horizonte…

Fin de la 2ª parte del capítulo 4º. El desierto eterno. Esta historia continuará…

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