Las manos de Kan Takahama se deslizan por las páginas en blanco haciendo que estas cobren vida y llenen el vacío con poesía visual. El maravilloso relato se desliza poco a poco por los ojos como si fuera una copa de buen vino, dejando a la vez un sabor muy dulce pero a la vez totalmente amargo y es que en la vida real también sucede así.
Aunque el autor no duda de recrear el mundo según sus intenciones, ya que lo que pretende es crear belleza, no deja de lado mostrar el lado más oscuro que se deja entrever claramente a través de las luces. No hay monstruos, tampoco maldad, solo personas intentando salir adelante en una época en que no es sencillo hacerlo.
La protagonista es la bella Kicho, la más hermosa de las damas cortesanas. Cuentan que si yaces con ella nunca querrás estar con otra mujer. Quizá sea cierto, pero lo que no saben los que reciben sus favores (a cambio de una justa remuneración) es que no es la muñeca de porcelana que piensan. Realmente late el corazón de una buena persona, más compleja de lo que parece en apariencia y que sabe su lugar en una vida que ha elegido.
Por supuesto no todo es lo que parece, y poco a poco Takahama va desenrollando una madeja larga en la que los personajes se entrecruzan llevando a cabo una trama de la que ellos no son conscientes. El buen trabajo en la creación de cada uno de los actores de esta representación hace que funcione todo de una forma totalmente orgánica, lo que consigue que avance la historia a un ritmo pausado pero totalmente adecuado para el relato que nos ocupa.
Relato que estaría incompleto sin una adecuada ambientación, que lejos de ser simplemente un ornamento es un elemento imprescindible al que el autor dedica no poco tiempo. Una excelente documentación que logra dotar de una necesaria realidad a la obra, ya que el fondo no es otro que llevarnos hasta una época que bien podemos conocer pero solo de forma superficial.
Los grises pueblan las páginas como clara muestra de que no hay blancos y negros en el mundo. Solo en contadas circunstancias Takahama se permite el lujo de iluminar sobradamente la escena, casi parece que no hay espacio para la luz en la vida de la protagonista.
Kan Takahama firma un cuento que podría ser de hadas de no ser por la oscura carga que lleva y la pesada losa con la que deben cargar sus personajes. Una muestra más de la fantástica labor de un autor que no deja de superarse.
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