Todos los años vuelvo a verme El prisionero y es por una razón muy sencilla. Sí, es mi serie favorita (de ahí que fuera una de las que traté en el libro Los 60 no pasan de moda) pero no es por eso, aunque también. Vuelvo siempre a ella puesto que aunque hace más de medio siglo desde que se creó y emitió por primera vez sigue siendo terriblemente actual en su propuesta, en sus ideas, en las temáticas, en la narrativa, en los personajes… en todo.
Un clásico de 1967
La cabecera lanzada en 1967, hace casi 60 años, por ITV fue ideada entre Patrick McGoohan (a quien se considera el creador oficial), David Tomblin y George Markstein con dudas y contradicciones en quién hizo qué y cuánto se debe a cada uno, con una premisa en apariencia muy sencilla: Un hombre atrapado en una isla, si es que lo es dado que tampoco se sabe con certeza, de la que intenta escapar. Eso podría decirse pero no es ni de lejos exacto. Lo que El prisionero lleva a cabo es un estudio de la personalidad humana con un gran componente psicológico, una fuerte alegoría llena de sentidos ocultos, de pasadizos que apenas se ven y de teorías oscuras que llegan a dejarte paralizado.
En ocasiones se la define como una serie de espías por el pasado que se le supone (aunque nunca se confirma) al protagonista. Ese enigmático Número 6 lleno de pasión, furia e ira pero también determinación, bondad y educación. Una dicotomía en sí mismo que representa a cada uno de nosotros, nuestras dudas, nuestros miedos, muestra lo que queremos ser y lo que somos.
Todos somos el Número 6
¿Quién es? ¿Acaso importa? Para muchos es John Drake, el personaje que su protagonista y creador Patrick McGoohan interpretó en la serie Cita con la muerte (en dos etapas: 1960-61 y en 1964-1967). Podría ser, también podría ser que no. En ningún momento de la producción esto se afirma o se niega, hay pistas para una y otra asunción, pero de forma personal considero que la historia cobra mucha más fuerza y potencia si no sabemos quién es. Solo una persona al límite con todo lo que eso conlleva.
Espera… ¿Una isla? ¿Atrapado? ¿Alegorías? ¿Psicología? ¿Eso no es Perdidos? Sí, solo que muchos años después. La influencia de El prisionero en la gran cabecera de J.J. Abrams, Jeffrey Lieber y Damon Lindelof es notable, al igual que en otras tantas. Es lo que tiene ser una adelantada a su tiempo, a su época, situándose muy por delante de todas las producciones emitidas a la vez que ella. Y hoy sigue a la cabeza por derecho propio.
Antes que nadie
En solo esos pocos episodios, que son a la vez más de los que iba a tener pero también menos de los previstos (debido a temas de producción y sindicación), crea un paisaje increíble, una historia dinámica y adictiva, se atreve a ir a sitios que todavía hoy apenas son explorados y deja una serie de mensajes claves muy relevantes sobre la importancia de la individualidad, el peligro del conformismo y el terror de los grandes poderes. Y preguntas, muchas preguntas, también respuestas aunque no siempre son sencillas, no siempre son satisfactorias, no siempre son las respuestas que queremos.
El prisionero lo hizo antes que todas las demás, antes de la llegada de Oz, Los Soprano, Breaking Bad, El ministerio del Tiempo, Merlín o la mentada Perdidos. Lo hizo décadas antes de que la televisión diera ese necesario salto, antes de que el público estuviera preparado, lo hizo antes que nadie.
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