La lectura del libro "Confesiones de un Bot Ruso" debería ser obligatoria al menos en lo que se refiere a los que vivimos en el mundo de la comunicación.

Vivimos en un mundo ciertamente complejo que ha cambiado mucho en pocos años, y al hecho de la total normalización del uso de internet y las redes sociales me remito. Hace tan solo un par de décadas pensar que esto sería cotidiano era algo más habitual de las novelas de especulación científica que de los noticiarios, pero en cambio ahora mismo todos (o la gran mayoría sería más acertado), nos hemos acostumbrado a comentar y emitir a través de los diferentes canales que tenemos al alcance (y de eso va el libro de un Bot Ruso).

Ese alcance es mucho ya que en realidad con solo encender nuestro teléfono podemos escribir en Twitter, mandar mails, hacer vídeos para Youtube y un sinfín de tareas a las que, en realidad, no damos mayor importancia. Deberíamos hacerlo, pero están tan integradas en nuestra vida que no recalamos en lo relevante de las mismas, pero como decía ese refrán “Da igual que no creas en el Demonio, él sí cree en ti”.

Por todo esto la lectura del libro Confesiones de un Bot Ruso debería ser obligatoria al menos en lo que se refiere a los que vivimos en el mundo de la comunicación, a los que somos periodistas, escritores o influencers, pero también para todos aquellos que se informan tan solo a través de redes sociales. Esas personas que asumen que un titular es una noticia, los que confunden un artículo de opinión con una información veraz o ven en el desliz (o no tan desliz) de un periodista a todo el medio para el que escribe, habla o debate.

Lo que el autor narra nace de su propia experiencia profesional, de sus vivencias detrás de una pantalla de ordenador como parte de un equipo encargado de cambiar el rumbo de las conversaciones, de buscar nuevos frentes hechos a medida del cliente y, por decirlo sin ambages, de manipular a los usuarios de una forma u otra.

Es cierto que al llevar tantos años en el mundo de la comunicación en ocasiones, más de las que debería ser aceptable, uno ve corrientes y situaciones que en teoría se venden como espontaneas e improvisadas pero que claramente no lo son. Por citar dos de los ejemplos a los que hace referencia el autor estaría varias situaciones relacionadas con el independentismo catalan o con los partidos de derechas, entre otros tantos.

Y es que, por terrible que parezca, nadie se libra de esta serie de prácticas de dudosa (o ninguna) ética. Da igual si hablamos de una ideología o de otra, de un partido o de una multinacional, todo se hace a medida del cliente y el resto de usuarios somos los espectadores del show. Lo peor es que en muchas ocasiones se aplaude, ya se sabe, pan y circo.

Dicho esto hay que matizar también que en ocasiones el libro peca de ser repetitivo, quizá por un afán de ser muy meticuloso, y eso va en contra de la lectura. De igual forma conviene aclarar que en contra de lo que pueda parecer por la sinopsis de la propia editorial este volumen no cae en el sensacionalismo, es solo un relato sincero que nace con la intención de ayudar a otros a tomar las redes sociales con el cuidado que se debería.

¡Un último aviso! Los que sean habituales de las conspiraciones, ya sean antivacunas o terraplanistas (entre otro gran número de teóricos), es preferible que se alejen de este libro ya que desde ciertos puntos de vista es fácilmente malinterpretable. Y es que al final, aunque a veces no nos guste reconocerlo, la realidad es más aburrida de lo que solemos pensar.

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