Este volumen nos deja algunas páginas tan emblemáticas que quedarán en el recuerdo para siempre

Antes de empezar, debo advertiros de que soy tan extremadamente fanático de todo lo que escribe Joss Whedon que la crítica que vais a leer probablemente no sea del todo imparcial. Pero, sinceramente, cualquiera que se haya dedicado al guión o al menos conozca un poco de este arte debería sentirse en la obligación moral de admirar a este genio.

Este nuevo volumen de Marvel Integral de tapa dura recopila la segunda mitad de la serie Astonishing X-Men vol. 3, del número 13 (2006) al 24 y el Giant-Size Astonishing X-Men (2008), con el que Whedon se despidió de su estancia en la franquicia.

Las tramas secundarias que Whedon había ido planteando levemente en sus dos primeros arcos argumentales –números del 1 al 12, recopilados en el anterior tomo de Marvel Integral-, y que no sabíamos muy bien adónde se dirigían, confluyen aquí en una historia apoteósica dividida en dos arcos. Para cualquier conocedor de la obra de Whedon, está claro que nada pasa nunca porque sí y que cualquier pequeño detalle tiene ramificaciones esenciales en el futuro.

Empezamos por todo lo alto: la gran villana de la primera mitad de la historia es nada menos que Cassandra Nova, la psicótica y peligrosa hermana gemela de Xavier. Probablemente estemos hablando de la enemiga más poderosa y temible que hayan tenido jamás los X-Men –donde incluso Magneto o Mister Siniestro podían llegar a mostrar compasión o a comedirse en sus planes malignos, Cassandra Nova es una bestia asesina y retorcida sin el menor atisbo de ética y moral-. No olvidemos que ella solita perpetró la Masacre de Genosha, exterminando a 16 millones de mutantes en apenas unos minutos. En esta nueva historia, Cassandra vuelve más terrorífica que nunca y manipula la mente de Emma Frost para que sea ella quien destruya a la Patrulla-X, mostrándonos lo poderosa que puede llegar a ser la Reina Blanca cuando lo logra en un santiamén.

Imagen del tomo anterior.

La segunda parte de la historia se desarrolla en Breakworld, el planeta cuyos profetas aseguraban que algún día sería destruido a manos de Coloso. Los X-Men van allí en una desesperada misión suicida junto a la agencia de defensa planetaria S.W.O.R.D., para intentar evitar que los gobernantes del planeta disparen una súper-arma contra la Tierra. Una vez allí, comenzarán a deshilar poco a poco una enrevesada conspiración política y religiosa.

Whedon es famoso no sólo por sus brillantes diálogos y sus frases demoledoras, sino sobre todo por su forma única de tratar la psicología de los personajes y adentrarse en su interior como ningún otro guionista sabe hacer, que es lo que hace grandes a todas sus obras. En esta serie ha querido dejar como secundarios a Lobezno o a la Bestia, dos personajes ya muy explotados por otros autores, y centrarse en explorar más los recovecos de otros menos manidos: Colosoque en este volumen llega incluso a hacer un chiste, para asombro de todos-, Gatasombrano es ningún secreto y el propio Whedon lo ha admitido abiertamente en más de una ocasión: su personaje televisivo estrella, Buffy Summers, está claramente inspirada en la adorable mutante rebelde y listilla que atraviesa paredes– y, sobre todo, su pareja favorita –que debería ser la favorita de todos-, Cíclope y Emma Frost. Cíclope y Coloso siempre habían sido mostrados como dos buenazos simplones y un tanto planos de personalidad, hasta que llegó Whedon, vio su potencial desaprovechado y decidió darles un giro, brusco pero completamente lógico, que aún a día de hoy sigue vigente.

Hablemos de Cíclope. Se acabó por fin el eterno boy scout tan bueno y justo como insoportable. En la etapa anterior, la de Grant Morrison, ya pudimos empezar a ver a un Scott que dudaba de Xavier y empezaba a plantearse que su camino de autocomplacencia podía estar equivocado. En el Astonishing de Whedon por fin asistimos a su transformación en el justiciero malote que siempre debió ser. Y, como pasa en cualquier obra escrita por Whedon, no es gratuito, no es por la cara, todo responde a motivos lógicos y una vez leído sólo puedes pensar: “pues, claro, este cambio en la forma de comportarse de Cíclope es perfectamente plausible e incluso inevitable, no podía haber sido de otro modo”. Al fin y al cabo, estamos ante un héroe trágico que desde los 15 años fue cargado con la responsabilidad de liderar a un grupo de superhéroes, privado de la diversión de la adolescencia y manipulado cruelmente por el hombre al que seguía y admiraba, ese Charles Xavier que en los últimos 30 años se han esforzado en mostrarnos cada vez más que de buena persona no tenía ni un pelo –sí, broma gratuita-. Cíclope está desencantado, los cimientos de todo en lo que había creído se tambalean, su gran amor ha muerto –por enésima vez– y ahora se da cuenta de que su vida va mucho mejor junto a alguien como Emma Frost, mucho más ambigua y oscura que la insoportablemente puritana Jean Grey.

Algunos de los momentos de chulería de Scott a lo largo de la era Whedon nos dejan con la boca abierta: si en el número anterior ya alucinamos con ese momentazo en el que se quita de en medio a un Centinela de un solo disparo –“Quiero a esa cosa fuera de mi césped”– y hasta un impresionado Lobezno tuvo que admitir que a veces Scott sabe ganarse su respeto, en este nuevo volumen los momentos Bruce Willis de Scott Summers van en un crescendo de genialidad que roza lo legendario –“Yo no tengo garras”-. La etapa Whedon es clave para comprender cómo aquel niñato serio y aburrido de los primeros cómics de X-Men en los 60 acabó convirtiéndose en el temible activista mutante anti-sistema de los últimos años, que vivía al margen de la ley, que creó un grupo secreto de asesinos sin remordimientos –los X-Force de Lobezno-, que molaba más que ningún otro superhéroe, que rozaba más la personalidad de Punisher que la del Capitán América, que hasta llegó a convertirse en el nuevo Fénix o a declarar la guerra a los Inhumanos.

La otra gran protagonista es Emma Frost. Whedon ha visto que Emma es uno de los personajes más interesantes, carismáticos y psicológicamente profundos que hayan poblado las páginas de Marvel y ha sabido sacarle el jugo. Una antigua supervillana que se pasó al lado de los buenos por simple y puro desencanto hacia su antiguo grupo y por pasión amorosa animal hacia Cíclope –los supervillanos en busca de redención siempre suelen ser los personajes más interesantes, véanse Pícara o Magneto-. La única superviviente de la masacre de Genosha, que se salvó de casualidad cuando su mutación secundaria –transformación en diamante– se manifestó por primera vez durante el bombardeo y vio morir a todos sus alumnos delante de ella. Ahora se enfrenta a la culpa del superviviente, que la destroza por dentro por muy dura que quiera aparentar ser –sólo hay que ver que, cuando está bajo el control de Cassandra Nova, una de las alucinaciones que la acompañan y atormentan es la de Cabeza Nuclear Negasónica Adolescente, la alumna que murió en sus brazos-. Y, sobre todo, a su soledad autoimpuesta, a esa idea tan profundamente arraigada que tiene de que no se merece ni la amistad ni el amor, porque está convencida de que debería haber muerto en Genosha. Ya se lo dice ella misma a Kitty Pryde en uno de esos magistrales momentos suyos en que mezcla su habitual orgullo con un leve toque de auto-desprecio muy sutil: “Soy un diamante, soy por definición mi mejor amiga”.

Lobezno queda relegado a un papel más bien cómico en esta serie –qué más da, ya protagoniza al menos otras doscientas series a la vez-, pero nos deja momentos tan gloriosos como aquella página del volumen 1 en la que reflexionaba sobre lo mucho que le gusta la cerveza mientras luchaba contra un monstruo gigante. En este volumen, por ejemplo, esa página silenciosa en la que Kitty y Coloso entran en la cocina después de haber consumado por fin su relación, Lobezno los mira a los dos de reojo sin hablar y al final suspira por lo bajini “ya era hora” es una verdadera obra maestra.

En esta etapa, Whedon nos introduce nuevos personajes de su propia creación. Personajes que han calado tanto entre el público que a día de hoy, años después de la marcha del bueno de Joss, siguen siendo clave en las nuevas historias mutantes. Hisako Ichiki, alias Armadura, la entrañable pre-púber mutante que resulta ser mucho más dura de lo que nadie se esperaba, que acaba siendo ascendida a miembro de los X-Men y personalmente entrenada por el propio Logan, el único que da la talla cuando el resto de profesores se le quedan pequeños. La agente Abigail Brand, directora de S.W.O.R.D., probablemente el único personaje de Marvel que es capaz de vacilarle a la mismísima Maria Hill sin morir ni quedar en ridículo -y cuya tórrida relación con Hank McCoy es tan inesperada como divertida-. Peligro, la personificación robótica y psicótica de la sala de entrenamiento de Xavier, mostrará nuevas facetas en esta nueva etapa.

Tampoco faltan las estrellas invitadas de alto calibre, desde Spider-Man hasta los 4 Fantásticos o el Doctor Extraño, que si bien tienen papeles muy secundarios, nos dejan momentos divertidísimos. Y no nos olvidemos del retorno de uno de los personajes más añorados y queridos del entorno mutante: Lockheed, el achuchable dragón alienígena mascota de Kitty Pryde.

Whedon es un genio, esto es así y no hay lugar a dudas. Y como tal, algunas de las situaciones que utiliza en sus guiones son tan emblemáticas que a veces acaba por repetirlas en otras obras, aunque dándoles el giro que necesitan para que no nos parezcan una estafa sino algo innovador y perfecto. En este volumen, todo buen fan de su obra magna Buffy Cazavampiros va a detectar rápidamente dos situaciones que el maestro del guión ya utilizó en la legendaria serie y que aquí repite en momentos muy puntuales y breves –quizás de forma involuntaria, quizás como guiño a sus fieles seguidores-: uno es el de la conversación mental entre Buffy y Willow en el último capítulo de la serie, que primero se nos muestra como una conversación normal y luego se vuelve atrás y volvemos a verlo pero conociendo ahora nueva información que le cambia totalmente el sentido –un recurso narrativo que admito encontrar fascinante-. Otro es el del principio del capítulo “The body”, donde un personaje parece haber salvado la situación y logrado un final feliz y de repente se interrumpe la acción y descubrimos que sólo se lo estaba imaginando –llorad al recordar esta escena, buffymaníacos, llorad-.

El dibujo de John Cassaday es siempre espectacular y, pese a estar encabado en un estilo muy mainstream, ha sabido encontrar su propia voz de modo que cualquier viñeta suya resulta inconfundible –y exquisita-. Siempre acompañado, por supuesto, del color de la increíble Laura Martín.

Esta edición de lujo a cargo de Panini contiene jugosos extras al final. El más interesante es sin duda el repaso a la colección de guiños que han ido apareciendo a lo largo del cómic, que son perfectamente analizados y desarrollados para que lleguen con seguridad a cualquier lector que no sea tan extremadamente friki como Joss Whedon –es decir, el 99,9% de la humanidad-.

Siendo una obra de hace tan sólo una década, la era Whedon en el Astonishing X-Men ya se ha convertido en un clásico atemporal de Marvel a la altura de los más míticos de la historia de la editorial –Inferno, la Guerra Kree-Skrull, las Secret Wars o la Caída de los Mutantes, por citar sólo algunos que todo buen marvelita recuerda con nostalgia-. Este volumen nos deja algunas páginas tan emblemáticas que quedarán en el recuerdo para siempre, sin nada que envidiar a Spider-Man quitándose la máscara en Civil War o a los Vengadores descongelando al Capitán América en el legendario número 4 de la colección.

Nuff said, sólo me queda dejaros en manos del carismático badass supremo Scott Summers y su “a mí, mi Patrulla-X”.

Artículo de Josë Sénder.

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