La sociedad se encuentra totalmente inmersa en un momento en el que (casi) cualquier persona puede expresar sus opiniones en ese papel en blanco que es Internet. Se narran vivencias, se cuentan historias, se hacen críticas, se exponen quejas, se crean fascinantes obras de arte, se da vida a películas en formas que eran antes imposibles de pensar… Es sorprendente, maravilloso y además asusta, un poco (al menos).
Si todo esto es posible, ¿qué queda para los comunicadores? Solo una opción, bajar de la torre de marfil para tocar con los pies en la tierra. Atrás quedan esos años en que la gente de la calle solo se podía informar a través de las palabras impresas en un diario, o radiadas por las ondas, hoy son casi infinitas las posibilidades para hacerlo y hay que lidiar con ello.
Precisamente por todo ello es ahora, más que nunca, cuando los profesionales debemos hacer gala de toda la ética que podamos, tanto a nivel laboral como personal. Nos hemos convertido en guardianes, pero no de La Verdad (con mayúsculas y sin estar muy claro qué es), somos guardianes de nosotros mismos, de nuestras letras y de todo lo que contamos, ya que nos enfrentamos a que cualquiera puede contradecir o mejorar lo que estamos haciendo.
No sirve el quejarse de si es o no intrusismo, o de si se tiene o no carrera, eso solo sirve para que la sociedad piense que este es un oficio de cobardes y se haga esta pregunta: «¿si decís que esta persona no es periodista, porqué está haciendo algo que deberíais hacer vosotros?»; Y un ejemplo muy claro es el premio otorgado a Jordi Évole y su equipo, que ha recibido comentarios del tipo «no tiene la licenciatura», y no de «¿porqué no hemos tenido nosotros los redaños de hacerlo?».
Eso es ética, eso es valor y eso es comunicación.
Quejarse y llorar, solo es quejarse y llorar.
Debemos ser capaces de informar con una veracidad que esté fuera de toda duda, documentarnos lo máximo posible y dejar de usar los plazos como una excusa para fallar (que no el ser humanos, ya que por ello erramos y no somos infalibles), no dudar a la hora de contar qué está sucediendo a pesar de posibles consecuencias como hemos visto en el caso de Canal Nou, o sencillamente ser realmente lo que se supone qué somos. Y si alguien está haciendo lo mismo que nosotros, es que es uno de nosotros.
Dejemos de usar de una vez a Sálvame, y similares, como un escudo para justificar ese mal entendid ocorporativismo que quiere dejar fuera a profesionales muy válidos. No es intrusismo, no puede serlo cuando esos tertulianos hacen algo que no es ni de lejos periodismo, y que se pretenda decir que es por ellos que la profesión está mal, solo conlleva a que menospreciemos nuestro trabajo y los muchos esfuerzos que conlleva.
La ética en este maravilloso oficio, no es solo referente a los hechos que transmitimos o las noticias que contamos, también lo es en nuestras actuaciones y en la propia concepción que tenemos de quiénes somos y qué hacemos. Si no somos honrados con nosotros mismos, si no asumimos que la tenencia o no de unos estudios concretos (no de una formación, que sí es necesaria, estar formado siempre lo es) es una parte más y no la definitoria, si no miramos de frente al espejo y aceptamos que hay personas que cada día demuestran que lo mejor de esta profesión es lo amplia de la misma, entonces es cuando caeremos de bruces en la mala praxis.
Se dice que el periodismo vive un momento muy malo, así que haré referencia a una charla que tuve con Andrés Rodríguez (editor de la revista Esquire) en la que me indicó que eso no era cierto, que lo que estaba mal era la empresa informativa según se concebía, y que el periodismo estaba en uno de sus mejores momentos.
Seamos éticos. Por nuestros lectores, y por nosotros.
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