Portada del libro El visionario, de Abel Quentin, con traducción de Regina López Muñoz, editado por Libros del Asteroide
El Visionario es una vivisección sin anestesia de la gran conversación llena de medias verdades que se genera en las redes sociales.

Vivimos en un mundo complejo y a veces extraño, siempre rápido y hoy por hoy con polémicas fugaces que lo son todo durante dos minutos para morir al segundo siguiente. Palabras nuevas (aunque uso el término “nuevo” de forma muy laxa) como racializado, transexual, cultura de la cancelación, apropiación cultural y otras tantas se han abierto paso en nuestro lenguaje cotidiano hasta establecerse como algo habitual.

En verdad, y como acabo de decir entre paréntesis, no es que sean palabras nuevas (estas y otras tantas) pero sí es cierto que hasta no hace tanto tiempo, aunque ya sean años, no eran usadas de manera diaria y tampoco conocidas por una gran mayoría. Aunque este último punto hay que entenderlo con ciertos matices, en muchas ocasiones ha quedado claro que para un buen número de ciudadanos aunque el mundo ha cambiado no lo ha hecho tanto.

Lo que sí ha cambiado, y nadie lo duda, es la rapidez con que se puede extender una noticia, una información, un rumor o una mentira (solo que como ya dijo Terry Pratchett “Una mentira puede dar la vuelta al mundo antes de que la verdad tenga tiempo a ponerse las botas”). De igual forma lo hace el odio, los agravios, los supuestos y un gran número de opiniones que pueden estar sustentadas en reflexiones y estudio como en haber leído un titular o un artículo en diagonal. O peor, solo sostenidas por las ideas de otros que son repetidas por otros tantos (algo que hemos visto una y mil veces).

Es el sino de nuestro tiempo, ¿quién es el culpable? Depende y es complejo responder a ello, una cuestión a ponderar o parafraseando a El visionario de Abel Quentin “es un debate interesante”. ¿Quién es responsable de que alguien se sienta ofendido? Mi pareja que apenas ha entrado en la treintena siempre dice con cierta pena que recuerda cuando se decía eso de “Lo que cuenta es la intención”, algo que hoy parece perdido en un mundo de pequeños fragmentos de vida y opinión vertidos con urgencia en las redes sociales. Si no corres igual llegas tarde, igual es otro el que ya lo ha hecho y las hogueras solo queman durante un cierto periodo de tiempo. Claro que una hoguera sirve tanto para calentarse como para quemar brujas.

Mi psicólogo en una de nuestras sesiones, y al que debo dar gracias infinitas por muchas cosas (y a mi psiquiatra), comentó que solo podemos ser responsables de nuestros sentimientos, de cómo nos impactan las cosas, de qué sucede dentro de nosotros. Nunca de los demás, de qué dicen o qué hacen. Esa responsabilidad es de cada uno, culpar a otros de lo que nosotros mismos nos decimos y sentimos no debería ser el camino. Siempre y cuando, claro está, no se haya dicho o actuado con una clara intención de hacer el mal o de dañar al prójimo.

Todo esto y mucho más es lo que Abel Quentin analiza con mucho humor y sátira en El visionario, novela publicada de forma reciente por Libros del asteroide que debería convertirse en una lectura obligada para cualquiera que quiera comprender el mundo actual. Sí, vivimos en él pero muchas veces no nos paramos a reflexionar lo suficiente, a mirar a nuestro alrededor y alejarnos por unos momentos para ver el total. Es entendible, todo va muy deprisa y las hogueras duran lo que duran. Por esto mismo trabajos como el presente son tan de agradecer y necesarios, nos dan un espejo sobre el que mirarnos y con suerte en el que ver defectos que deberíamos mejorar.

El autor tarda en entrar a fondo en el meollo del tema, se lo toma con calma y construye con tiempo los pilares que después va a dinamitar. No engañaré a nadie, a pesar de que se me hizo algo lento este comienzo no podía dejar de leer y aceleré cuando todo estalla o más bien cuando la pólvora empieza a quemarse. La explosión sucede pero lo hace de forma discreta, al menos desde el punto de vista del protagonista, nuestro Caronte personal que nos guía por un viaje sin retorno en el que todos podemos caer.

El Visionario es una vivisección sin anestesia de nosotros mismos, de nuestros pecados (y alguna virtud, pero solo alguna), nuestros odios y miedos, de los hechos que damos por válidos y la gran conversación llena de mentiras, caos, medias verdades e intereses que se genera en las redes sociales. Lo más duro de este libro es que es jodidamente real.

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