Siempre me han fascinado los puntos de vista. Sobre todo desde que el fantasma de Obi-Wan Kenobi hizo del concepto algo mucho más filosófico y revelador para el Luke de El imperio contraataca. No obstante, el punto de vista acerca del cual quiero hablar en estas líneas es algo más literal que el al que hacía referencia el maestro Guinness.
El Salón del Cómic es fecha agendada desde el primer día de enero y suele marca un punto y aparte en el calendario subjetivo de la primera mitad del año (la Pascua de verano, como la llamaría Gandalf). Y desde que tengo conciencia de ello el Salón de Ficomic ha sido excusa para encontrarme con amigos y conocidos, fisgar en las tiendas, charlar de cultura pop, y sentir el calor de las centenares de personas que me rodean.
De todas las actividades, sin embargo, hay una que disfruto con profesional interés – siendo mi profesión la docencia, claro. Esta es pasear por el Salón las mañanas de los jueves y los viernes.
Los usuarios que atienden al SCBCN durante las tardes de jueves y viernes, y durante el fin de semana, no son capaces de apreciar en todo su esplendor todo aquello que va destinado para los niños, ¡que es mucho! Las mañanas de los días lectivos, el Salón resplandece en toda su gloria, así como las actividades pensadas para los consumidores más pequeños – decenas de colegios acuden de excursión y se atavían con recortables de personajes mientras compran, aprenden, descubren, compran, interactúan, reciben publicidad y compran.
Esta trigésimo-sexta edición no ha sido menos – es más, hasta diría que ha sido mejor. La mañana del viernes, y como cada año, pude pasear por las diferentes zonas (muy bien reorganizadas, por cierto) y me fui fijando en la cantidad de adolescente y pre-adolescentes ávidos de conocer.
Aquellos que no iban en pequeños grupos paseando por stands de venta y conversando con autores de la artist alley, se acercaban a las diferentes exposiciones (se le llena a uno el corazón de esperanza al ver a jóvenes boquiabiertos ante las muestras de la expo a Jack Kirby). Otros tomaban parte en las actividades y charlas prácticas de dibujo, animación, pintura o usos de herramientas digitales que impartían escuelas o profesionales. Y creedme cuando os digo que el interés por toda aquella información que recibían era mucho, mucho mayor que la que les vomitamos los profesores en clase.
Disney no dejó de lado la oportunidad de publicitar entre los más jóvenes sus dos próximos grandes estrenos, la nueva antología de La guerra de las galaxias, Han Solo: una historia de Star Wars, y lo último de MARVEL Studios, Vengadores: Infinity War, regalando posters y chapas a los que imitaran acertadamente al wookie Chewbacca o respondieran a un test sobre superhéroes respectivamente. Yo me quedé sin póster y sin chapas.
Funcionando sin parar estaba la zona infantil, bien apartada del resto, y llena de niños jugando acompañados de, sobre todo, sus familiares. Podías ver niños (y a algún adulto) abrazando a los Pitufos en su aldea, o jugando con los productos Lego en una zona especializada, mientras otros pintaban o leían cómics en un recinto pensado para ellos. A los que les iba más la acción, salían corriendo hacia el área de juego de Nintendo.
Comencé a leer cómics antes que libros, y aquello que me adentró en las lenguas extranjeras fue leerlos en aquellas que estuviera estudiando. No sólo fueron un refugio para aquellos que los devoraron en su niñez y adolescencia, sino también una fuente cultural y hasta de referencia ético-social.
El papel de Ficomic y de los Salones para con los niños, promover la cultura de aquello que exponen, es vital si queremos transmitir con precisión un medio como el cómic rompiendo los tabús y estereotipos que le rodean. El ocio, y sobre todo el mundo del cine y la televisión, han ayudado a que estos tabúes se rompan, pero somos todos aquellos que formamos parte de la vida de los más jóvenes los que tenemos que dar el primer paso para que su trabajo tenga efecto.
Para acabar, y consciente de la cantidad de obras destinadas al público en cuestión que han rondado el Palacio de exposiciones este fin de semana, recomendar de forma personal lo nuevo de Nacho Fernández (Dragon Fall, El supergrupo), publicado por Letrablanka, Krysalis. Emocionante, dinámico y divertido, plural y tan simple como eficaz. Perfecto para todas las edades, pero sobre todo niñas y niños a partir de ocho años.
Artículo de Sergi Páez.
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