Peyo, el padre de los pitufos

El hombre conocido desde 1945 como Peyo, cuyo nombre de nacimiento era Pierre Culliford, murió en 1992 con poco más de sesenta años. Dejaba atrás una exitosa carrera y unos personajes que vivirían mucho más tiempo. Se llamaban Les Schtroumpfs, Los Pitufos en nuestro país (entre otros nombres como Los Tebeítos), unos pequeños seres azules, divertidos y entrañables que se convirtieron rápidamente en carne de meerchandising llegando en ocasiones a niveles de absurdo.

Pero todo vino de la mano de este autor que nació en Bruselas en 1928, un profesional que abandonó Bellas Artes a los pocos meses de empezarla, que tuvo amistad (y cierta tutela) con los igual de legendarios Morris y Franquin al coincidir con ellos en el estudio Compagnie Belge d´Animation y al cierre de este empezó a trabajar en publicidad al haber sido rechazado en primera instancia por la editorial Dupuis.

Johan, el héroe medieval

De forma paralela su arte comezaba a ser visto en Le Derniere Heure, en concreto una serie de aventuras que se empezó a publicar en 1946 y se titulaba Johan. Narraba las historias de un personaje que vivía sus historias en la Edad Media, época que le apasionaba a su creador. En esos primeros tiempos era un paje rubio, con melenita y bucles en el pelo, sus tiras mudas, algo que rápidamente dejó de lado y poco a poco pasando a aventuras seriadas que se iban acercando más al Johan que todos conocemos, con su valentía y astucia tan características. Posteriormente cambió de cabecera y pasó a publicarse en Le Soir, evolucionando algo el aspecto del joven héroe y repitiendo algunos arcos ya presentados pero también mejorando el dibujo y la narrativa notablemente.

Gracias a esta creación logró adquirir cierta fama que se acrecentó cuando saltó a la revista Spirou. Este paso es en parte debido a Franquin, que recomendó personalmente a Peyo y este logró así por fin entrar bajo el ala de la editorial Dupuis, llevándose a su famoso personaje consigo e iniciando así todo un futuro que era muy prometedor

Hay que diferenciar etapas, ya que al pasar a la conocida publicación el héroe cambió de nuevo. Pasó a ser moreno (inevitable notar cierta similitud con el Príncipe Valiente de Harold Foster), las historias empezaron a ser largas con la clara intencion de ser lanzadas en álbum más tarde, se conservaron algunos compañeros de la anterior tanda narrativa y se introdujeron otros nuevos como el que iba a ser su compañero, Pirlouit (o Pirluit en nuestro país) que apareció por primera vez en 1954.

Al estilo universal de Don Quijote y Sancho Panza estos dos conforman un maravilloso dúo cómico en el que uno es la voz de la cordura que intenta, sin éxito, hacer entrar en razón al otro y finalmente siempre terminan en medio de algún extraño enredo. El éxito que llegaron a tener de forma conjunta provocó un nuevo cambio en el nombre, pasando a llamarse Johan y Pirluit (también se ha podido ver en España como Juan y Pirulí o Juan y Guillermo).

Sus dos grandes personajes, los que el más quería y que por desgracia quedarían eclipsados por otros… Unos pequeños seres azules.

Ilustración de Conrado “Entiman” Martín.

Pequeños, azules y muy comerciales

Fue en 1958 en el álbum conocido como La flauta de los seis agujeros (seriada), también La flauta de los seis pitufos (recopilada) o La flauta de los pitufos (animación) cuando estos graciosos y entrañables personajes aparecieron por primera vez. No eran más que un intento de actualización de la mitología de los gnomos, salpicada con buen humor y siendo un aporte cómico más dentro de las historias que protagonizaban Johan y su compañero, sin más intención que ser una situación anecdótica que se repetiría en La guerra de las siete fuentes.

No fue así. Al lanzarse en álbum esa primera historia su éxito fue instantáneo, rápidamente pasaron a tener su propio espacio en la revista, venderse figuritas, protagonizar aventuras propias desde 1959 con Los Pitufos Negros y a notarse que en Johan y Pirlouit tenían mejor recepción (y posteriormente venta en los álbumes) las historias en que ellos aparecían estando presentes en todo momento en El país maldito. Todo debido al editor Yvan Delporte, que como ya sucedió con el Joker y Whitney Ellsworth, se dio cuenta del potencial que tenían y logró convencer a su creador de que les diera más vida.

Su creciente popularidad hizo que ya en 1965 se comercializara una serie de cortometrajes en blanco y negro con ellos de protagonistas, un total de cinco historias que se recopilaron en formato película bajo el nombre de Las aventuras de los Pitufos. En 1975 se adaptó el conocido primer álbum en el que hacían aparición por la productora Belvision contando con la supervision de Peyo, lo que conllevó a que el resultado fuera bastante fiel solo que adaptó los diseños a los que entonces tenían los personajes y dejó a Johan y Pirluit como secundarios.

Aunque según el mismo Peyo llegó a afirmar el éxito de estos seres supuso una carga para él por la gran cantidad de trabajo que generaban, casi una prisión, también dejó claro que le divertía hacerlo y que si no fuera así, lo habría dejado hacía tiempo. La fama mundial llegó a partir de los años ochenta con la popular serie de televisión (con la que realmente empezó la pitufomanía) en la que logró que se respetara su deseo de no americanizarlos pero no logró impedir que se infantilizaran en exceso, los pequeños seres azules se desvirtuaron mucho (y por siempre el Gran Pitufo sería conocido como Papá Pitufo).

En el pasado él había logrado hacer una cierta crítica social en sus historietas, siempre con mucho humor, juegos de palabras y un uso sano de la violencia que era impensable en una producción americana. De esta forma bajo el inocente aspecto que tienen se pueden hacer diversas lecturas e interpretaciones, convirtiéndose en el campo de juego de Peyo que se vio obligado a encadenarse a su propia creación dejando atrás al resto de sus hijos.

Más allá del mar azul

A pesar del tiempo que le requería, Peyo siempre quiso supervisar todo lo que había alrededor de Los Pitufos, lo realizara él o los aprendices que estuvieron a su cargo trabajando en su propia casa (François Walthéry, Gos, De Gieter, Roger Leloup) y también el denominado Estudio Peyo. Siempre sin ceder a las presiones editoriales y del éxito que le pedían que dejara a otros dar vida a sus creaciones, lo que ya habría lanzado por el retrete su visión y desvirtuado todavía más de lo que ya hizo la serie de televisión. Más protector todavía fue con su querido Johan, no permitió que nadie más lo tocara, con la excepción de Alan Maury en el álbum La Horde du Corbea (que retoma ideas del cancelado Les Barbares) ya que él estaba enfermo y no se veía capaz. Tristemente falleció antes de verlo terminado.

Antes de crear a Los Pitufos, Peyo también había dado vida a Poussy. Una serie de tiras que se publicaban en Le Soir, más tarde en Spirou, protagonizadas por un gato, uno que no hablaba y tampoco tenía pensamientos elevados como Garfield, simplemente era un gato doméstico. En la misma publicación dio a luz a Jacky et Célestin que dibujarían François Walthéry, Derib, Will et Lucien De Gieter.

Pierrot et la lampe apareció en 1965, una revisión del mito de Aladino solo que en este caso el genio era pequeño y gafe. Tuvo una vida corta dentro de la revista Spirou, pero al abandonar Peyo la editorial Dupuis retomó de nuevo al personaje dentro de su propia revista llamada Schtroumpf; en esta nueva etapa contó con la colaboración de Eric Closter, Philippe Delzenne, Yvan Delporte y Jean-Claude de la Royére.

Quizá su otro personaje más conocido es el que en este país llevó por nombre Benito Sansón, que apareció por primera vez en 1960 en la revista Spirou. Un niño de cabello rubio y una enorme fuerza, que tuvo un cierto éxito hasta que debido al auge pitufal tuvo que dejarse de lado; al menos hasta que en los noventa el hijo de Peyo, Thierry Culliford y el dibujante Pascal Garray decidieron darle nueva vida y en 2014 llegando su adaptación cinematográfica que se tituló Benito Sansón y los taxis rojos.

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