Un pie gigante en Frost, perrito de aventuras

Un pie gigante en Frost, perrito de aventuras

Sigue la historia de Frost, perrito de aventuras.

La impresión general da a entender que el desierto es siempre igual, un lugar lleno de arena, calor y poco más. Frost, perrito de aventuras, era de esa opinión. O más bien lo había sido. Ahora que llevaba varios días allí, entre las dunas y los beduinos, que había tenido que luchar por su vida, que había conocido a una nube que habla, ahora todo era distinto. Aunque una vez más se enfrentaba al destino sin nadie a su lado.

El grano de arena que está ahí no lo estaba hace un segundo, la duna que estás viendo es diferente de la que veías hace tan solo un instante, el sol cae con fuerza pero las sombras son siempre cambiantes, todo lo que hay es igual que el mar solo que con un radiante color cobrizo. Era casi hipnótico. Él que siempre había preferido el espacio y las estrellas, la oscuridad de la nada y la luz de los cometas, empezaba a entender que otros amaran el desierto, que vivieran en él, que las familias crecieran y las historias pasaran de una generación a otra. Incluyendo historias sobre él y sus hazañas, aunque estas fueran en ocasiones un poco solitarias.

-Solo otra vez, es lo malo de ser un perrito de aventuras – dijo – ahora, a dejar que la aventura siga, ¡esos gigantes no se van a encontrar solos!-

Todas estas ideas se agolpaban en su mente mientras caminaba siguiendo la dirección que Catalina, la nube asustadiza y parlanchina, le había marcado. Por sus indicaciones no debían de estar muy lejos, además dos seres tan gigantescos tenían que ser, por fuerza, sencillos de localizar. O eso pensaba él, así que siguió caminando con fe y esperanza.

El tiempo pasaba y pasaba, las arenas seguían viviendo y cambiando, pero los dos enormes gigantes no aparecían por ningún lado.

-Esto no tiene sentido- se dijo Frost a sí mismo – Debería haberlos encontrado ya – refunfuñó. -Ojalá apareciera una pista, algo como dedos del pie-.

Se acercó hasta una piedra cercana, más bien una roca que tenía una forma… algo llamativa – Je, parece un pie – se rió con su propio comentario por lo acertado del mismo en el tiempo y en el espacio.

Era cierto, parecía un pie. De hecho hasta tenía algo de pelo y uñas, que estaban algo sucias, incluso un tobillo y un poco de – ¡Uf! ¡Qué mal olor!- y entonces se dio cuenta.

-¿Eso eran unos dedos del pie? – ¡No es una roca, es un pie de verdad! – y así era.

Sin darse cuenta había llegado hasta los dos gigantes. Esto le llenó de alegría, empezó a saltar, a canturrear y a bailar un divertido baile que podríamos llamar “Baile del encuentro de los gigantes”. Si bien es muy parecido al “Baile de la victoria sobre los vampiros” y ciertamente al “Baile de hoy ceno gofres” había algunas sutiles diferencias, aunque solo para el ojo experto, claro está.

Fin de la primera parte del capítulo 7, Al encuentro de los gigantes.

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