Cartel de No me toques el cuento. Créditos: MPC Management.
El poder de los cuentos es asombroso. Basta con mencionar un solo detalle para que enseguida podamos saber a cuál nos referimos. Aunque es cierto que nacieron en un momento concreto lo que les dota de un mensaje que, muchas veces, convendría dejar atrás. Hablemos de No me toques el cuento.
Los cuentos son unos excelentes transmisores de historias y personajes, pero debemos reconocer que muchos de esos relatos están completamente obsoletos. Tengamos en cuenta que las narraciones de los hermanos Grimm van camino de cumplir 250 años, lo que deja su visión del mundo muy alejada del nuestro.
Si a esta base le añadimos además la mirada de esa inmensa compañía audiovisual de animación que ya sabemos, el nivel de tergiversación se amplía, acompañándose de una gran cantidad de edulcorante que no suele actuar a favor. Estaría muy bien si todas las historias tuvieran un final feliz, pero sería de un aburrimiento tremendo.
Afortunadamente, vivimos en una era donde (para bien y para mal) todo es cuestionado. Y, en estas historias, si algo necesita cuestionarse es el papel de estas princesas dentro de sus propios cuentos. Suena alucinante que haya que plantearse algo así, ¿verdad?
Soy persona de teatro. Lo he reconocido una y mil veces en ese medio, por eso me parece tan adecuado que el escenario sea el vehículo elegido para poner en valor a estas mujeres tan sumamente maltratadas y menospreciadas durante siglos. Decía Vittorio Gassman (La familia, El largo invierno) que “el teatro no se hace para cantar las cosas, sino para cambiarlas”. Frase más que adecuada para esta ocasión.

¿Qué narra No me toques el cuento?
La encargada de levantar esta función lo hace dispuesta a todo porque se encuentra al mismo tiempo en la dirección como en el escenario. Se trata de Olivia Lara Lagunas e interpreta a Bella. Por medio de la Compañía Teatroz, nos muestra como Bella, al igual que las otras princesas, que veremos durante los 90 minutos de espectáculo, se encuentran silenciadas y en una posición para nada agradable dentro de sus vidas.
Dediquemos un segundo a comentar que veremos en la función: «Cuatro princesas consiguen, por medio de una justa reivindicación, alejarse de cualquier narración externa que no sea la suya. Son ellas las que tienen derecho a contar sus ideas y dejar claro, que lo que conocemos no se parece en nada a la realidad.»
Además de Bella, contamos con la presencia de Cenicienta (Isabel Morán), Blancanieves (Carmen Calle) y Aurora (Gala Ramón). Con esta última quizá os pase como a la misma Aurora, y no recordéis que es la princesa protagonista de La bella durmiente.
La pregunta que se nos puede venir a la cabeza es cómo han llegado las princesas a ese punto en sus vidas. Una pregunta que no podríamos hacer cada día de nuestras vidas viendo el nivel de crispación e injusticia que sucede ante nuestros ojos.
Pero, en este caso, la respuesta se debe (primeramente) a no poder expresarse con libertad. El dolor que comparten las princesas es el mismo para las cuatro, pero la manera de afrontarlo es individual para cada una: el alcohol, las pastillas o la ira.
Ese dolor que comentamos es la frustración ante la falta de tomar decisiones en sus propias vidas. Cada una es sabedora de su dolor, pero no lo quiere ver. Aunque ambas tienen clara una cosa: no saben lo que quieren, pero saben que en el lugar donde están no van a encontrarlo. Tienen claro que deben seguir adelante para cambiar las cosas y, por ello, su vida.
Esta obra nos sirve también para darnos cuenta de que la sororidad no tiene por qué ser siempre agradable. En muchas ocasiones, es necesario decir cosas que duelen para ayudar a abrir los ojos de quién quieres.
Un espectáculo que se disfruta sin parar
Al igual que hemos visto en las versiones animadas de estas historias, las canciones cobran un lugar especial. Cada una de las princesas nos cuenta su propio drama a través de la música. Pero es conveniente indicar que no hay que esperar la típica canción edulcorada de siempre: estas princesas se adentran en otros géneros musicales para enriquecer sus historias. Y lo hacen de maravilla, digámoslo claro.
La representación se viste con una escenografía muy simple: una silla para cada princesa (y representada con sus elementos), una mesa y una camarera llena de vasos y botellas que se irá vaciando durante la función.
El trabajo de iluminación es sencillo, ya que acompaña y viste todo lo que narran las protagonistas. Acentúa los momentos musicales y las aísla en los momentos de confesión. Una sencillez técnica que ayuda muchísimo a dirigir la mirada a la interpretación sin darnos innecesarias distracciones.
Una comedia que nos deja un mensaje necesario y casi obligatorio. Que lleven siete temporadas acumulando funciones quiere decir de la importancia de dicho mensaje y lo acertado de su manera de compartirlo. El boca a boca funciona y es de agradecer.
Ojalá tuviésemos alguna manera de saber que piensan los príncipes de todo lo que sucede aquí, ¿verdad? Pero, espera un momento…
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Actor y director teatral con veinte años de experiencia a bordo de la compañía Teatro Baypass, que él mismo fundó. Miembro de la organización de la Feria del Libro de Parla y técnico de cabecera en Estelar Media. Lee libros y cómics con la misma pasión que disfruta de un concierto o de una buena sesión de cine. ISNI 0000 0005 1808 8693



