Un retrato de Manuel Vázquez, creador de Anacleto, mezclando la leyenda y la realidad.

Cuando empezaron los rumores de una película sobre la vida de Vázquez…

No, no es cierto.

Cuando se supo que en la película sobre la vida de Vázquez el actor elegido para ser el maestro era Santiago Segura (sí, así sí) hubo quejas. No todo el mundo estaba conforme con la elección, ya se sabe que en este país todos somos genios del cine o algo así, e incluso se llegó a decir que sería una versión “torrentizada”.

En fin, luego se estrenó. Nos gustó. Y todos nos callamos la boca.

Sí, un servidor también. No es que yo me quejase, y menos todavía que pensara que íbamos a tener una precuela no oficial del gran personaje de Segura. Lo que no me terminaba de convencer eran las capacidades interpretativas del protagonista, que en mi opinión no iba a ser capaz de dar el toque que la película requería. En gran medida fue el no haberle visto nunca antes en un papel semejante, y aunque es cierto que en algún pequeño momento del filme tuve dudas, es igual de innegable que se logró hacer un buen retrato de Manuel Vázquez.

¿Qué nos cuenta en esta obra Óscar Aibar? Pues el director, y guionista, hace un recorrido por una España que ya no recordamos salvo por las películas de la época. Un momento en el que uno podía ser un pillo, quizá un pícaro, y solo tenía que cambiarse de esquina para que no dieran con él. Pero más allá de este retrato social, que si bien no es el meollo pero siempre está presente en una cuidada ambientación, está el día a día de la Editorial Bruguera.

Para el que esté un poco perdido, que espero sean los que menos, la Editorial Bruguera fue esa que publicó los tebeos (aunque ellos no usaban ese término, que era la competencia) que todos hemos podido leer de pequeños. Nombres que nos acompañan desde entonces como Carpanta del gran Escobar, al que siempre he admirado (que además de dibujante era actor e inventor), los todavía hoy en activo Mortadelo y Filemón de Ibáñez, que en su momento fue uno de los jóvenes de nueva hornada de la empresa, y otros autores inmortales como Raf o Peñarroya, por citar algunos ya que la lista es tremendamente larga.

Durante muchos años fue la editorial que, en lenguaje coloquial, “cortó el bacalao”. Estar en ella significaba una seguridad, un suelo y un estatus. Pero no nos engañemos, no existía (todavía) lo que en cine se llama “el culto al auteur” y todos estos hombres eran obreros de la viñeta al igual que Renoir lo era de la pintura. El trabajo se daba en unas condiciones que hoy nos sorprenden, aunque en el mundillo del cómic no tanto, que incluía la pérdida total de los derechos de los personajes en favor de Bruguera. Y otras prácticas en la misma línea.

No vamos a decir que era la única empresa de carácter cultural, y popular, que trabajaba así. Eso sería una mentira en toda regla. Pero el tamaño que llegó a tener, además del poder que logró ostentar, hace que en nuestro país (y más en la industria, por así decirlo, viñetil) sea la que permanece en la memoria colectiva.

Pero nos alejamos del tema. Y es que Óscar Aibar además de todo esto nos habla de Vázquez. No de Manuel Vázquez. Tampoco de By Vázquez. Más bien de todos. Y puede ser que esto requiera un poco de explicación para el lector no familiarizado con nuestro cómic patrio.

Manuel Vázquez fue, seguramente, el mayor genio del humor gráfico que hemos tenido. O podría haberlo sido de haber trabajado y no haberse dedicado a ser lo que suele llamarse un “viva la virgen”, y como el propio Ibáñez me dijo en entrevista:

Lo admiraré toda mi vida. Era un tipo que tenía gracia y facilidad para hacer cualquier historieta. Se le ocurría un tema y le sacaba el jugo, tenía algo en las manos que no necesitaba meterles ni gasoil ni nada, iban solas volando por el papel.

Era un puñetero, el tío no quería trabajar. A la que hacía dos cosas y cobraba cuatro duros, venga a gastarlos, otros cuatro que dejaba a deber y otros tantos que nos sableaba a los amigos, hasta que no se le terminaba ya no se preocupaba de entregar páginas. Era una maravilla, realmente.

Vázquez era un grande, y si has podido leer alguna de sus joyas no dudarás de ello. Su humor era fresco, lleno de bastante mala uva, rompiendo las barreras que otros tenían, además de contando con un envidiable control del grafismo, unos pocos trazos bastaban para que sus viñetas estuvieran llenas de risas. Creador de Las hermanas Gilda, Anacleto agente secreto y el muy divertido tomo de Vázquez agente del FISCO, en el que se carcajea de sí mismo y su propia leyenda.

Precisamente esto es lo que hace Aibar, coge la leyenda y la cuenta. Pero no solo eso, hace una maravillosa mezcolanza de esa leyenda, de la realidad y del Manuel Vázquez que existió, lo junta con las aventuras que él mismo contaba y que en ocasiones fueron inspiración para sus historietas. Une todo eso y logra dar una visión que si bien puede no ajustarse a lo que fue, sí es global e icónica, además de llena de cariño y respeto.

Pero por supuesto nada de esto habría sido posible sin Santiago Segura. Este actor, al que yo pensé limitado en dotes para el papel (y al igual que muchas veces en el pasado me equivoqué para bien) se fusionó totalmente con el personaje (y la persona) a la que daba vida. Aunque solo fuera durante algo más de una hora parecía que el genio volvía a estar vivo, que su desbordante humor y pericia para los timos no se había marchado de este mundo en 1995. Quizá hay que conocer la historia para disfrutarla. No lo sé, pero en mi caso cuando llegó el final del filme me costó no derramar una lágrima.

Si “El gran Vázquez” es algo, es un homenaje total lleno de cariño y nostalgia.

Era magnífico, Francisco Ibáñez en referencia a Manuel Vázquez.

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2 comentarios en ««Era magnífico», unas letras sobre El Gran Vázquez (y el otro, el de verdad, y el de mentira)»

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