Un relato que nace inspirado por El Ministerio del Tiempo.

Madrid.

Hoy.

Quizá mañana.

Puede que ayer.

Diez de la noche.

O en cualquier momento.

El tiempo es subjetivo.

Y relativo

Salió de trabajar igual que siempre. Estaba cansado, casi agotado, hay días que son así. Da igual que intentes que todo vaya bien, no hay forma de lograrlo. Pero por delante solo quedaba media hora de caminar por la ciudad, y en casa un sofá en el que poder leer hasta caer en los brazos de Morfeo.

Pensó en el libro que ahora tenía entre manos. Era Moby Dick. Si alguien le preguntaba no sabría decir realmente la cantidad de veces que lo había leído, y cada vez que lo hacía le gustaba todavía más que antes.

La ballena, el temible capitán, su fiel tripulación, el mar, el destino… Era complicado explicar los muchos motivos por los que le atraía. En ocasiones se veía reflejado en Ahab, al frente de un barco ingobernable, a su lado un equipo valiente pero complicado, y nadie podía negar que el océano y el tiempo tenían mucho en común.

Casi sin darse cuenta llegó a su portal. Entró, subió las escaleras y abrió la puerta de su casa.

Cuando cruzó el umbral, algo sucedió sin que él fuera consciente de ello.

Miró a los lados, estaba en otro sitio, no era su hogar, era una sala y en ella había alguien sentado en una silla, parecía un hombre pero no estaba del todo seguro. Dio marcha atrás solo para sorprenderse al ver que la puerta solo daba acceso a esa misma habitación. Lo comprobó un par de veces saliendo solo para volver a entrar. Parecía magia. Pensó en Arthur C. Clarke.

<<No te esfuerces, no puedes salir de aquí. Estamos atrapados, al menos durante un rato>> dijo la figura del fondo, demostrando con su voz que era un hombre, de unos ochenta años calculó para sus adentros.

<<¿Dónde es aquí? ¿Qué es este sitio?>> preguntó mientras miraba con atención el lugar.

Era una habitación de color gris, de unos ocho metros cuadrados. Estaba iluminada desde el techo y en las paredes se veían partes de cristal tras las que pasaba agua, casi como si fuera un arroyo. En el medio, pero más de la parte del fondo había una mesa con dos sillas, en una estaba sentado su nuevo conocido y encima de la misma veía tazas, algunos bollos, libretas y notas. Justo al lado de la puerta que había franqueado había una maceta con un cactus, el mismo que estaba en la puerta de enfrente. Era de suponer que no era la misma puerta, ya que él no estaba allí.

<<Veo que te llama la atención, pero está cerrada. No parece que podamos salir de aquí>> dijo el anciano señalando la vieja puerta de madera <<Ven a sentarte, tampoco es que haya nada mejor para hacer>>

Así lo hizo. Con calma y tranquilidad, mientras dentro de su cabeza intentaba encontrar alguna lógica a lo que estaba sucediendo.

<<¿Quién eres? Me resultas conocido>> preguntó al mover la silla.

<<Claro, sería raro que no fuera así. Me ves todos los días>> respondió el hombre de edad.

<<¿A qué te refieres? ¿Trabajas conmigo en el ministerio?>> preguntó intrigado.

<<No trabajo contigo, soy tú>> contestó sin cambiar su expresión, pero viendo que la de su compañero sí lo hacía.

No dijo nada. Miró a sus ojos y se dio cuenta de que era cierto. Señaló hacia la puerta de entrada.

<<Entonces, ¿es una de las nuestras>> preguntó. Si estaba en un aprieto temporal, seguro que sabría salir solo. O con la ayuda de él mismo.

<<No es “nuestra”, las puertas nunca lo han sido. Son del tiempo>> dijo, recordando cómo era ser así de joven y todo lo que estaba por venir.

<<¿Pero lo es o no?>> volvió a preguntar <<Igual podemos salir de aquí trabajando juntos>>

El anciano suspiró. Intentaba no ser descortés, a fin de cuentas él ya había estado aquí y sabía qué estaba pasando.

<<¿Nunca has pensado que en realidad no viajas solo por el tiempo? También te hacen ir de un lugar a otro, estás en Madrid y de pronto llegas a Salamanca. Son brechas en el espacio-tiempo>> comentó sin mirarle mientras apuntaba algo en una de las muchas libretas sobre la mesa.

<<La verdad es que nunca me había parado a pensarlo, pero tienes razón. Nos movemos por el tiempo y el espacio. Como el inglés de esa serie tan divertida>> respondió intentando ver qué estaba escribiendo.

<<Quiero que me escuches y no me interrumpas, ¿podrás hacerlo?>> preguntó el anciano a su contraparte temporal.

<<Habla>> respondió con voz firme y sin dudas.

<<Las puertas son brechas por las que uno se puede colar e ir a otros tiempos, también a otros lugares. Son parte de un todo mucho mayor que siempre ha estado ahí. Esta que acabas de pasar es solo una muestra, te ha hecho llegar a otro tiempo, a otro lugar, pero mucho más lejos de lo que piensas. No soy tú, puede que lo sea y puede que tú seas yo. O quizá seamos el uno de una dimensión diferente a la del otro, todo depende de las decisiones que tomemos y de si haremos lo que debe hacerse>> paró, cogió una de las tazas de la mesa y bebió un sorbo de algo que sabía a mal café.

<<¿Y qué debe hacerse?>> preguntó escéptico el más joven de los dos, justo antes de beber también.

<<Te dije que no me interrumpieras>> protestó el anciano <<Todavía no lo sabes pero lo verás, todo es una mentira. Estas puertas se están usando mal y tendrás que evitarlo, con todos los medios a tu alcance. Solo tú puedes hacerlo. Primero tendrás que ocultarte, después podrás demostrar poder y cuando sea preciso tendrás que luchar por ese poder>>

No dijo más.

Pasó un minuto.

Luego dos.

<<Hoy tienes la misma oportunidad que tuve yo. Puedes convertirte en un liberador, todos los demás dependerán de ti y harán lo que es mejor para ellos. Bajo tu mando. Tú decides>> dijo de nuevo.

<<¿Qué decidiste tú?>> preguntó el joven, mirando a su posible yo futuro con el ceño fruncido.

<<Creo que ya lo sabes>> y sonrió, mirándole fijamente a los ojos.

<<Eso es despotismo ilustrado. No intentes venderlo como una causa noble>> se levantó de la silla, algo ardía dentro de él.

<<Llámalo así, igual da. Solo es semántica>> respondió sin preocuparse por su joven yo.

Esa actitud tranquila, que rayaba en la burla, le hizo estallar. Le arrancó de las manos la libreta y gritó <<¡¿Qué es eso tan importante que estás escribiendo?!>>

Miró las letras y las leyó.

<<Esto… esto es de Moby Dick>> conocía muy bien la frase que había visto <<Puedes dejarme ciego, pero entonces todavía podré andar a tientas. Puedes consumirme…>>

Si previo aviso el anciano sacó un puñal y le cercenó la garganta sin titubeo alguno.

La sangre manaba con abundancia, pero entre gorjeos logró sacar tres palabras más.

<<Pero… soy… tú…>> tosió, sus pulmones se llenaron de su propia sangre, cayó al suelo y nunca volvió a levantarse.

El anciano miró la figura inerte como si fuera un muñeco. Limpió el cuchillo con un pañuelo que sacó de su bolsillo y lo volvió a guardar en la funda que llevaba en el cinturón.

<<Si fueras yo, no habría podido matarte>> respondió por fin mientras dejaba caer al suelo la tela manchada<<Es un riesgo que hay que tomar, casi como jugar a la ruleta rusa. Pero si alguien puede impedir mi destino, soy yo mismo>>.

Se acercó a la puerta que tenía más cerca y habló de nuevo.

<<¿Control? Ya podéis abrir la salida del espacio cuántico 1958>> ordenó con tono firme.

<<Sí, alteza. ¿Mandamos al equipo de limpieza como de costumbre?>> preguntó la voz que venía desde ninguna parte.

<<Hacedlo, y enviad las cintas a mi dormitorio. Quiero estudiarlas>> no dijo nada más.

Se acercó a la puerta, giró un momento hacia atrás y vio de nuevo la figura en el suelo, empapada por su propia sangre, casi podría decirse que por un instante sintió que alguien pasaba por encima de su tumba.

<<Puedes consumirme pero entonces todavía seré cenizas>>

Miró de nuevo al frente, abrió la puerta de madera y salió cerrándola detrás de él.

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