Los lectores habituales de esta publicación sabrán mi opinión de la carrera de periodismo: no es necesaria, en absoluto. No hay que confundirse, lo necesario es tener una formación y una ética, esto puede adquirirse de muchas formas y la superación de unas examinaciones solo es una de ellas, una más y ni siquiera la mejor. Pero más allá de esto para ejercer este oficio también debe tenerse la mente abierta y estar dispuesto a escuchar creencias distintas, así que aquí va la del periodista Jean Cité.

De periodistas y curanderos

Últimamente está como muy de moda, con esto de los bloggers y demás, poner en tela de juicio la necesidad de tirarse cuatro o cinco años estudiando una carrera como la de periodismo. No es raro encontrar voces que pregonan que las carreras no enseñan la profesión, como si caminar por las aulas fuera casi casi una pérdida de tiempo. Y claro, la práctica profesional no ayuda.

Cuando sales de la facultad y metes la cabeza en el mal pagado mundo de la redacción en el ámbito local te das cuenta de que no es todo tan bonito como te lo habían pintado en la universidad. Desde luego, para ir a cubrir una rueda de prensa y repetir las cuatro citas del político de turno no hace falta estudiar una carrera. Entras en la redacción como el último mono y te vas acostumbrando a la buena vida: echas tus horas, reescribes un poco alguna noticia que te llega de EFE —o la copias tal cual, que tampoco importa— y listo. Alguna entrevista de vez en cuando si acaso, pero se la haces a algún artista que te recibe por patrocinio de la productora tal o cual, que anda de promoción. Todo risas. Notas cómo tu nivel de productividad aumenta, rellenas más y más páginas cada vez —el número de páginas del periódico de cada día lo determina la publicidad contratada—, y todos te sonríen: los jefes, la chica de recepción, tus compañeros de redacción. Las presiones políticas, las amenazas y demás gracietas les tocan a otros por encima de ti. Tú estás para copiar y transcribir. ¡Y para eso no hace falta carrera!

Pero luego llega de pronto un día en que alguien te pide que escribas sobre las protestas de Riad acerca de la acción de Estados Unidos en Oriente Próximo; o te manda hacer un reportaje que analice la amenaza que supone el posicionamiento del Yuan con respecto al Dólar, o te encarga una noticia para portada sobre el linfocito que parece ser la clave para la cura del SIDA, y se te caen los palos del sombrajo. Te asustas, te pones nervioso, pero sientes dentro de ti que sabes algo de lo que te están hablando y notas que, de una manera extraña, tienes la capacidad de llevarlo a cabo: de pronto rememoras las clases de relaciones internacionales en la facultad con aquel señor calvo que te hablaba de guerras y más guerras; te acuerdas de lo que te decían en la asignatura de documentación sobre la manera de recabar fuentes; te viene a la mente aquel señor mal encarado que te impartió géneros argumentativos… y te das cuenta de que la carrera te ha dado un pedestal desde el que mirar el mundo, aunque la práctica te exija rellenar las páginas que han contratado los anunciantes y rapidito, y sin pensar demasiado, y mira a ver qué pones de éste que nos mete publicidad, y cuidado con mencionar a menganito, que es de tal partido, ah y, cuando acabes, tienes que hablar con un señor cabreado porque ayer en sucesos publicaste que había pegado a su mujer, te está esperando en la puerta…

Creo que no es una cuestión de que las carreras de periodismo enseñen o no enseñen la realidad de la profesión. Ninguna disciplina universitaria aporta la praxis de ninguna profesión. Ningún médico recién licenciado puede ejercer la medicina sin antes superar los cuatro o cinco años de formación del MIR. Ningún abogado recién salido de las aulas puede bregarse entre togas sin antes ejercer de pasante. Pero es que la universidad no está para enseñar lo que se aprende ejerciendo. No. La universidad está para enseñar precisamente aquello que la práctica pasa por alto pero que, de alguna forma, llena las alforjas del profesional de una formación que le ayudará a ver el mundo de otra manera, con criterio, con conocimiento, con perspectiva. La universidad no te enseña lo que te enseña la práctica y, desde luego, no enseña la práctica de una profesión enturbiada por los criterios comerciales que parece haber olvidado la crítica en favor del patrocinio, o el razonamiento en favor del espectáculo.

La carrera es lo que diferencia al médico del curandero; al crítico del charlatán. Necesitamos periodistas, no escribanos ni taquígrafos. Necesitamos profesionales que además de conocer las urdimbres de la práctica —que se aprende ejerciendo, por supuesto—, tengan una base crítica bien pertrechada. Necesitamos cabezas bien amuebladas, para que se pregunten lo que hay que preguntarse; para que reconozcan lo que es criticable, y para que sean capaces de informar con rigor y veracidad. Necesitamos, en definitiva, gente formada que comprenda y desgrane las entretelas de nuestra sociedad, nuestra política o nuestra economía para que puedan cumplir su función, que no es otra, como decía Larra, que la de ayudar a los demás a entender el mundo.

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