El año pasado escribí un texto sobre las festividades que se suceden a final de diciembre, y la falta de libertad que en nuestra sociedad se tiene a la hora de hacer algo que se desvíe (por mínimo que sea) de la tradicional celebración en familia.
Pero es Navidad, y es una época en la que cada uno debería celebrar o no según considere. Es un momento de amor y de no juzgar a nadie, de ser felices e intentar pasar unos días tranquilos. O debería serlo, ya que no siempre es así y si uno decide hacer algo diferente se le tilda de raro, de no querer a su familia o de ser poco social.
Justo lo apuesto a lo que debería transmitirse en esta festividad. Quizá el problema, igual que con otras tantas cosas, es que se ha impuesto tanto que lo correcto es una cosa que no se permite pensar siquiera en otras. No es que sea mejor o peor, sencillamente se ha impuesto y no hay hueco para nada más.
Miento. Sí que lo hay. Claro que sí. Cada vez más personas deciden que lo importante es festejar estas fiestas según lo que dicte el corazón, que bien puede ser pasarlo en familia, estar solo, juntarse con amigos o ir a ver la decoración navideña, quizá se quiera hacer regalos, o salir a brindar. No es un todo o nada, hacer algo no conlleva que deba hacerse todo lo demás y no hacer algo no conlleva (tampoco) que no tenga que hacer nada.
Es una opción. Es la libertad, eso es lo que cuenta, ese sentimiento de desear que cada uno lo celebre según quiera o según considere, o de que no lo celebre si no quiere o solo que haga una parte.
¿No es mejor así? ¿No seremos todos más felices si nos dejamos esa libertad de elegir?
Por un año que no sentimiento de culpabilidad, que no existan presiones, que solo haya buenas palabras, besos y regalos con un lazo. Que lo que reine sea realmente la buena voluntad y los buenos deseos.
Eso es realmente la Navidad.
Disfrutad de ella, y hacedlo en la forma que os haga más felices.
