Nos encontramos, pues, ante una película infantil sin pretensiones de profundidad, como las que se hacían antes

La saga de libros de Mary Poppins, de Pamela Lyndon Travers, comprende 8 novelas independientes, publicadas entre 1934 y 1988. En ellas, la misteriosa niñera-bruja que da título a la colección vive distintas aventuras mientras cuida a diferentes niños, a veces relacionados con los anteriores, a veces no. La primera entrega de la saga fue adaptada al cine en la célebre película de 1964, con Julie Andrews y Dick Van Dyke. Pero el personaje de Mary Poppins era tan distinto en la película al de la novela que a Travers no le sentó nada bien y se negó a dar permiso para que se adaptasen al cine el resto de entregas mientras ella viviera. Pamela murió en 1996 y ahora, en 2018, por fin se ha podido adaptar a la gran pantalla la segunda novela de la saga, Mary Poppins Returns (1935), que en este caso sí es una secuela directa de la primera.

La historia en este caso gira en torno a los dos niños de la primera entrega, Jane y Michael Banks, que ya son adultos. Michael es un viudo con tres hijos y cargado de problemas económicos en plena era de la Gran Depresión, cuya familia necesitará una vez más la ayuda de su antigua niñera, que a día de hoy aún no tenemos claro si es una bruja, un hada o un Timelord.

Es una película para niños, al más puro estilo de los clásicos Disney de imagen real de los años 60, como la Mary Poppins original, La Bruja Novata, Chitty Chitty Bang Bang y demás grandes mitos infantiles de entonces. Recuerda poderosamente a aquella época cinematográfica, tanto en el plano visual como en el tipo de historia contada. Si estáis buscando una obra adulta, profunda y oscura como las de ahora, ya os podéis ir a ver una de Nolan. Mary Poppins Returns es como siempre debieron de ser las películas infantiles: tonta, divertida y alegre.

Sí, también tiene su leve trasfondo de drama social muy suave y sutil, para que los adultos que la vean puedan reflexionar un poco –la historia transcurre en la época de la depresión económica, hay banqueros despiadados y una de las protagonistas es una sindicalista, así que ya os podéis imaginar por dónde van los tiros-, pero esto se muestra a un nivel muy, muy secundario, como en su día se mostraba la lucha feminista de la madre de los Banks o la pobreza de las calles londinenses frente a la opulencia del banco.

La trama no es nada del otro mundo y sus escasos giros de guión son altamente previsibles desde el minuto uno pero, de nuevo, es una película para niños que no pretende trastocar la mente del espectador, sino simplemente hacer pasar un rato entretenido a los más pequeños.

La estética visual y la ambientación de la época –en este caso, el Londres de los años 30-, como suele suceder en las películas de Rob Marshall, está muy lograda y se le nota mucho mimo y atención al detalle, para asegurarse de que nos sumergimos de lleno en la historia por completo. Tanto, que casi estaba esperando ver a David Tennant y Billie Piper saliendo de una cabina azul para echar una mano a esos hambrientos niños londinenses.

En algunos momentos, sin embargo, se emplea una estética más creepy, casi de película de terror, que se sale de tono y, aunque visualmente sea espectacular, puede resultar un cierto problema en una película que se supone que está dirigida a niños. En la escena de la primera aparición de Mary, al principio de la cinta, pensaba que estaba viendo un nuevo remake de It, con ese niño pequeño de mirada siniestra –que encima se llama Georgie– corriendo tras su cometa en medio de un huracán y con una música lúgubre que sólo puede acompañar a la aparición de un payaso asesino, más que a la de una niñera entrañable. Afortunadamente, esos momentos son escasos en la película y no creo que vayan a traumatizar a ningún niño. No mucho, al menos.

Tenemos las inevitables escenas de animación, como sucediera en los clásicos Disney de los 60, que constituyen una grata sorpresa, ya que están realizadas íntegramente en 2D y con un estilo tradicional de las películas de aquella época, con sus animalitos parlantes en la campiña inglesa que parecen sacados tal cual de La Bruja Novata. Estoy seguro de que, si nos fijamos bien, algunos de ellos deben ser claras referencias a aquellas obras.

Del reparto es difícil tener alguna queja, en este caso la directora de casting, Tiffany Little Canfield, se ha lucido. Era difícil encontrar a alguien que diera la talla de Julie Andrews, pero Emily Blunt cumple su papel a la perfección. El personaje de Mary Poppins en sí, no nos engañemos, es bastante repelente e insoportable, la típica institutriz británica estirada y tiquismiquis al estilo Señorita Rottenmeyer de Heidi. Si no tuviera superpoderes de bruja y llevase a los niños a hacer cosas divertidas de vez en cuando, ningún niño del mundo la aguantaría. Pero Blunt ha sabido captar esta personalidad ególatra y repipi del personaje como lo hizo Andrews en la original. Lin-Manuel Miranda, que interpreta al lamparero Jack, tiene un asombroso talento para cantar a velocidades inimaginables que harían retorcerse de envidia a cualquier rapero.

Ben Wishaw –quizás lo recordéis por interpretar a Q en Skyfall- es Michael, el niño orejón de la película original, y su parecido con éste e incluso a ratos con el padre de los Banks es asombroso. En serio, miradle bien los ojos. Emily Mortimer como Jane Banks es uno de los mayores aciertos de la película y es una verdadera pena que no tenga un papel más principal y que casi todo el peso recaiga en su hermano. Es una nueva versión de su madre, la activista sufragista, pero en este caso es una sindicalista convencida que lucha por los derechos de la clase obrera. Meryl Streep como la prima rusa de Mary es divertidísima, mostrando esa vena cómica suya que siempre agradecemos. Los niños lo hacen muy bien, aunque el pequeño Georgie resulta bastante terrorífico –¿por qué habla, mira y se mueve como un adulto enfadado? Da la sensación de ser un hechicero de 200 años encerrado en el cuerpo de un niño, que de un momento a otro va a empezar a girar la cabeza hablando en arameo con voz de Kiefer Sutherland-. Y en cuanto al villano de la película, pues es Colin Firth, ¿qué más hace falta saber? Este señor nunca hace nada mal. Mención especial también a la breve aparición de algunos apreciados secundarios de la película de 1964, como el almirante Boom –el vecino loco que disparaba cañones desde la azotea– y su ayudante el Señor Bitácora.

Aparte de los ya sabidos y anunciados cameos, como el de Dick Van Dyke, hay otro totalmente inesperado hacia mitad de la película, con una de las actrices originales –no diré cuál– que ni siquiera aparece en los créditos ni en la ficha de IMDB y que, si no llega a ser porque me dio la sensación de que aquella escena tan gratuita podía ser un cameo y busqué una foto de la actriz en cuestión para ver qué cara tiene hoy en día, no lo habría podido detectar.

En esta entrega de la saga, los deshollinadores son sustituidos por los técnicos de las lámparas de aceite de las calles de Londres, los lampareros, que vienen a jugar el mismo papel. Tienen incluso una coreografía que recuerda poderosamente a la mítica de las chimeneas, aunque la canción que la acompaña diste mucho de ser tan genial como el mítico “Chim Chimney” de entonces. Y es que Rob Marshall –Chicago, Into the Woods– tiene una gran maestría dirigiendo musicales y sus coreografías nunca defraudan.

Y hablando de canciones, aunque no estemos ante un remake sino simplemente una adaptación de otra de las novelas de la saga, es inevitable compararla con su predecesora en ocasiones, sobre todo estando tan llena de pequeño guiños a ésta. Las canciones de esta nueva entrega de la saga no son a priori tan carismáticas e inolvidables como las del capítulo anterior, excepto quizás un par de ellas que son algo más pegadizas. Pero claro, esta apreciación puede ser subjetiva porque, inevitablemente, todos hemos crecido con la Mary Poppins de los años 60. Quién sabe si dentro de 50 años la gente recordará las canciones de Emily Blunt como ahora recordamos las de Julie Andrews. A este respecto cabe recalcar el acierto con que, en ciertos momentos en que algún personaje hace mención a algo que pasó en la entrega anterior –la señora de las palomas, lo desordenados que eran Michael y Jane de pequeños, cosas así-, suena brevemente y de forma muy sutil una versión instrumental de las canciones de la anterior, listo para provocar ese puntito de nostalgia hacia una película que marcó a gran cantidad de generaciones de niños, desde 1964 hasta ahora.

Nos encontramos, pues, ante una película infantil sin pretensiones de profundidad, como las que se hacían antes, con el aire del cine de los 60 y un sello Disney muy fuerte. ¿Pasará a la historia como un clásico instantáneo? Es difícil saberlo: antes se hacían menos películas y era más fácil que una de estas características arrasara, ahora hay una oferta abrumadora de cine infantil y juvenil y es más habitual que una película pase desapercibida. Pero no será por falta de méritos. Mi recomendación es que, si tenéis hijos pequeños, les pongáis en casa la película original del 64 y luego los llevéis a ver esta nueva entrega, para que la disfruten al máximo posible.

Artículo de Jöse Sénder.

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