A lo largo de la vida uno se cruza con muchas personas, algunas te llaman más la atención y piensas “mejor que siga con un ojo encima de él, para saber qué hace”. Esto me paso con el periodista Diego Villacorta desde el primer día, alguien que tenía muy claras sus ideas y que me ganó con el primer artículo que leí de él. Así que es toda una suerte que haya querido a la cada vez más larga lista de profesionales que vienen a pasar consulta.

La profesión va por dentro
por Diego Villacorta

Licenciado, después de cinco años de carrera, ya soy licenciado. Después de cursar más de 300 créditos y de arañar cada uno asistiendo a conferencias muy interesantes o que me la traían al pairo, ya soy licenciado. Después de amortizar casi 10.000 euros en cultura o en aprendizaje impartido por profesores implicados y por profesores… bueno, por profesores, ya soy licenciado. ¿Y ahora?

Ahora llevo seis meses en el paro más absoluto, el que te da la realidad, el que te pone la zancadilla y te reduce a la mínima expresión. El tortazo que te propina el darte cuenta de que es verdad que tengo una carrera, tres idiomas y mucha ilusión, pero de la ilusión salvo un optimista o un creyente, no se vive. Se vive de ganar un salario que te permita hacer eso que uno ve en sus mayores: crecer, independizarse, tener vacaciones, jubilarse. Que te haga digno. Parecerá absurdo, pero todos queremos tener una rutina, aunque sea para quejarse de ella.

Cada año solo de mi facultad salimos hornadas de 120 nuevos periodistas. Unos 3000 nuevos pipiolos en todo el país. Y como todo lo nuevo, solemos ser buenos y hasta a veces imbéciles. Prácticas por las que hay que pagar -ojo, no se remuneran, sino que tienes que pagar por desarrollar tus conocimientos/hacer el trabajo de los que están fumándose un caliqueño o bebiéndose una cerveza a tu salud-. Y todo con una sonrisa, porque estás aprendiendo. Aprendiendo que eres uno más, que se empieza desde abajo y que aunque estás haciendo lo que más quieres, sabes que eso caduca y en Septiembre te dirán que eres un gran trabajador pero, por favor, cierra la puerta al salir. Tortazo.

Podemos quejarnos, podemos llenar miles de bitácoras, de blogs inculcando ideas o moralina, expresando nuestra libertad, pero se necesita mucho trabajo, paciencia y buenos contactos para vivir del periodismo. Y apurando, incluso diré que de lo último más que de lo anterior. Al principio es normal que uno se calle, que uno acepte lo inaceptable, que se convierta en un desgraciado a las órdenes de otro desgraciado. Pero en el fondo la impotencia crece. El realismo se recrudece y da lugar a lo malo malísimo: a la envidia, a la competitividad, a ser el primero en el trabajo y el último en humildad.

Así llega el instante en que se abre los ojos y se empieza a ver que otros suben más peldaños que los que subes. Que esos otros, encima, tienen un colchón económico considerable ante un mindundi como tú. Que ellos, están en otra liga, porque no eres competencia. ¡Claro que no lo somos! Si tú eres filólogo, profesor o abogado ¿Me puedes explicar por qué estás presentando un programa o dirigiendo un medio de comunicación? Lo peor es eso, que dirigen, que mandan. Así que a callar, la procesión va por dentro. Pero la profesión también, amigo. Está también el otro lado, el de la suerte, el de la gente que juega sus cartas bien y sale victorioso. O el que tiene suerte y hablando con quien tiene que hablar, estando donde tiene que estar ha conseguido su meta. Pero los periodistas y los medios tenemos el defecto de no prestarle atención a las minorías. A menos que nos interesen.

Ante esto ¿Qué se puede hacer? Los amigos dicen que paciencia, el gobierno te dice que Mercadona o pasaporte, la familia apoya quitándose billetes para ampliar tu formación y uno mismo, si tiene un poco de tacto, se dará cuenta de que es injusto sangrar más a la familia, que se hace cada vez más cuesta arriba lo de salir del país y que la paciencia se la metan por la boca. Solo queda lucharlo, competir hasta donde tu ética si es que la tienes o la has estudiado te permita hacer; sonreír a ese que te cae como una patada pero te da de comer… Y sobre todo, callar sin remilgarse porque que en el silencio la verdad de cualquiera queda desnuda. Y la elegancia. Y la dignidad. La profesión va por dentro.

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