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Hace tiempo, no demasiado si he de ser sincero, cayó en mis manos un libro llamado “Hacer: ¡Nada!”. La verdad que el título era llamativo, y el color verde chillón de la portada también, y más por curiosidad que por otra cosa empecé a leerlo y en fin, casi del tirón.

Lo que su autor, J. Keith Murnighan, nos dice es que normalmente nos preocupamos demasiado al punto de hacer más de lo que realmente debemos, algo que en lugar de ayudar suele interrumpir lo que sería el ritmo normal del trabajo. Cuando estamos encima y no dejamos aire para respirar, lo que logramos es que nuestros colaboradores sientan que no confiamos en ellos, lo que es un total error (y aquí, el que escribe se declara culpable, pero en aras de cambiar).

No debemos empeñarnos en estar siempre pendientes, pero sí en saber qué se hace, y menos todavía en tener ese pensamiento de si nosotros no hacemos algo nadie lo hará, ya que es mentira y la gente sorprende para bien (siempre).

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He tenido la suerte de mailtearme con J. Keith Murnighan dos o tres veces, un tipo muy amable por cierto, y en una de las misivas decía que escribió el libro “con la idea de que podría ayudar a las personas a tomar mejores decisiones y ser más eficaces”, una enseñanza que además relaciono con “La semana laboral de 4 horas” de Timothy Ferris cuando dice que no es cuestión de trabajar más o más duro, lo que cuenta es ser más eficiente.

Piensa por un momento, ¿qué es lo peor que podría pasar si haces nada? Pues adelante.

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