Estoy revisando las redes antes de ponerme con el nuevo libro. Lo de siempre, un par de comentarios, bromas de Twitter y de pronto veo unas letras que me llegan directas: Terry Pratchett ha muerto.

Me quedo bloqueado. Siento una gran tristeza. Igual que cuando falleció Peret. Pero a Pratchett nunca le vi en persona, no le entrevisté, era solo la foto que aparecía en sus libros. Un señor de sonrisa agradable, con sobreros divertidos y una genialidad desbordante.

Un creador de mundos únicos, de fantasías increíbles. Sus obras llevan años llevando sonrisas a miles de lectores, somos muchos, una legión de seguidores que según publicaba algo nuevo íbamos directo a ello.

Recuerdo perfectamente la primera vez que tuve entre mis manos uno de sus libros, fue gracias a mi hermano Max (igual que otros tantos autores). En el colegio estábamos leyendo obras de Shakespeare y al ver algunas referencias estallé en carcajadas. No había pasado de la segunda página. Me enamoré. De lleno. No puede decirse de otra forma.

He pasado años leyendo todo lo que caía en mis manos, reseñando sus relatos siempre que tenía la oportunidad y contando los días hasta que llegase el anuncio editorial de una novedad firmada por él.

La última ha sido La Guerra Larga que escribe junto a otro gigante, Stephen Baxter. Una joya imprescindible para todos los amantes de la ciencia ficción y de la buena literatura. Disfruté muchísimo con ella, igual que siempre

Pero ya no.

Ahora se ha ido.

Es el momento de llorar, de dejar que las lágrimas de alguien que siempre ha sido un amigo caigan por nuestro rostro.

Para después sonreír.

Dejarnos ir de nuevo con él, con sus creaciones, con la magia que desprendía en cada página aunque fuera a base de los tropiezos de Rincewind.

Nos quedamos tristes y huérfanos.

Él ya no está. Es una mierda. Es una puta mierda.

Pero sus letras permanecerán por siempre.

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