Es una suerte poder contar con colaboraciones de profesionales a los que admiro y respeto, en esta ocasión es el turno de pasar consulta de Ana Garrido Redondo (‎Dirección General de la Oficina del Portavoz y Relaciones con los Medios de la Junta de Castilla y León).

El tarjetero prodigioso

Puede que la mejor siembra realizada a lo largo de mi carrera periodística, que ya se acerca a las tres décadas, se dice pronto, sea la de las relaciones personales. Puede, incluso, que ninguna otra experiencia atesorada durante todos estos años merezca tanto la pena.

Tal vez por haber iniciado mis pasos en el mundo del periodismo en un momento de construcción de la Comunidad y de muchas de sus instituciones, el acceso a los actores principales de aquella transformación era clave. Llamar a un diputado, un senador, un procurador, un consejero y que se pusieran al teléfono era vital, y aún más lo era poder hablar en un escenario de confianza mutua y de rigor, donde nada estaba pactado y hasta era una incógnita aventurar a qué siglas votábamos los informadores, porque la relación era prácticamente idéntica con los representantes de unos y otros partidos y opciones políticas.

Hoy todo esto es impensable: muchos periodistas han confundido el legítimo derecho de tener y defender una determinada ideología con el ejercicio de su profesión, donde tanto la responsabilidad social, como el rigor deben, o deberían ponerse por delante del interés personal, y eso les lleva a mantener relaciones endogámicas y a defender un pensamiento único. Qué triste y empobrecedor ejercer así la profesión más bonita del mundo.

A pesar del nuevo escenario, donde la crisis y los intereses económicos son los principales enemigos de la libertad, y a la vez el caldo de cultivo que más favorece a los aparatos de propaganda, creo que las relaciones personales, nuestros contactos, siguen siendo lo importante. Yo mentiría si no reconociera que ha sido ese tejido de relaciones y amistades alimentadas a lo largo del tiempo el que me ha permitido sortear las dificultades y, en ocasiones, afrontar las peores crisis.

Si echo la vista atrás, me doy cuenta de que, sobre todo en mi etapa de comunicación institucional, pero también en la vivida durante mi trayectoria en la radio, los viajes, congresos y encuentros y las personas que he conocido, a muchas de las cuales puedo también admirar, me han aportado una experiencia profesional única al margen de la información obtenida y difundida y que, al contrario que estas, no es efímera, ni muere, sino que pervive y nos enriquece a los que hemos tenido la suerte de experimentarlo.

La medida de nuestra talla profesional nos la dará la pluralidad del tejido de relaciones personales que hayamos construido. Si todas ellas se circunscriben a una ideología, a un grupo cultural, a un tipo de pensamiento, no podremos sentirnos demasiado orgullosos. Por el contrario, si nuestros contactos, sean o no fuentes de información, componen un collage que prácticamente impida etiquetarnos, habremos conseguido lo más difícil: ser creíbles. No digamos si además nos dedicamos a la investigación, donde es preciso tener la cabeza tan bien amueblada para no quemar fuentes, ni datos, como si nos ardieran en las manos, sino ser capaces de discernir entre los derechos de un público que reclama veracidad, y una fuente que condiciona la información a la privacidad.

Muchas de las noticias que damos los periodistas las hemos conseguido porque alguien nos aprecia y ha creído en nosotros más que en otros, no nos engañemos, y eso es algo que no debemos despreciar. Conocer los géneros periodísticos, disponer de astucia y agilidad, y conocer las herramientas que nos permiten llegar a todas partes son instrumentos imprescindibles para nuestro trabajo. Pero nuestro verdadero tesoro, que ni vendemos, ni cambiamos, sino que guardamos y procuramos que crezca, es nuestra agenda, esa que nos define, tan necesaria para el trabajo, y para la vida.

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