Una de las cosas más llamativas de DC es ese conglomerado (a veces caótico) de diferentes universos que componen su multiverso. En ocasiones solo son unas pocas realidades, en otras infinitas, e incluso solo una aunque esto apenas suele durar. Una pauta que se ha repetido durante décadas ya fuera a través de historias imaginarias, otras que pasan a conformar un pasado canónico o sencillamente con la línea Otros Mundos que tan buenos momentos nos ha dado.

La mini serie El Multiverso que publica ECC en nuestro país es un recorrido por algunas de estas versiones diferentes de nuestro planeta (el de ellos, el de los superhéroes) con una trama común que conforma una historia de nueve números que poco a poco se va mostrando al lector en su forma plena gracias al buen hacer de Grant Morrison, autor que no precisa de presentación alguna.

Los Justos

Grant Morrison se une al dibujante Ben Oliver para viajar hasta un mundo poblado por los hijos y nietos de los héroes más conocidos (aunque estos no lleguen a verse), pero lejos de ser una visión oscura como en Kingdom Come esta se acerca mucho más a la realidad común y el trato que se da a los famosos y famosetes de turno. Algo que se deja claro al lector desde un primer momento con una portada emula en toda regla las de las revistas de cotilleos, con mucho acierto y mala uva (todo sea dicho).

Aquí ya no hay grandes batallas, solo fiestas, revistas y galas. Los justicieros ahora son estrellas mediáticas que disfrutan del amor del ciudadano de a pie, aunque en ocasiones este se vea empañado por la larga sombra de sus progenitores como es el caso de Batman y Superman. Los mejores del mundo que ahora mismo lo son más por inercia que por sus propios éxitos.

El guionista conforma un interesante tratamiento del mito del héroe precisamente despojándolo de todo lo que le convierte en mitológico para hacer de ello mofa y burla del mundo rosa de la televisión.

Aunque claro está que a pesar de todo estamos ante un cómic de gente con poderes y de la editorial DC, lo que conlleva de forma inevitable que no todo es tan tranquilo como pueda parecer y que bajo este desenfadado aspecto late el corazón de la tragedia.

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