Fotografías de Doc Pastor. No se permite el uso derivado o comercial. Menciona siempre la fuente.

Hace unos días se ha celebrado una de las citas más importantes del mundo del cómic, el Festival International de la Bande Dessinée d’Angoulême (o Festival Internacional de la Historieta de Angulema, en nuestro idioma). Un evento que lleva casi medio siglo en activo y que con el paso del tiempo, la preocupación por la calidad, una fuerte industria detrás y el apoyo del público ha logrado convertirse en una visita obligada para todos los que somos amantes de las viñetas.

En mi caso fui casi de rebote, con un viaje que no tenía en absoluto previsto pero justo coincidía con el final de unos días de relax (antes de ponerme a seguir #TecleandoLibros), siendo esta mi primera vez en acudir y desde el primer momento teniendo bien claro que no sería la última.

El evento

La primera edición de este festival se celebró a mediados de los años setenta, siendo una apuesta arriesgada que en sus orígenes contó con grandes nombres como Franquin, Will Eisner o Hergé. Autores imprescindibles del cómic a nivel internacional, que son solo una pequeña muestra del gran listado de profesionales que con el tiempo han ido pasando por allí.

Cada año se logra la implicación de todo el pueblo, lo que logra conformar una experiencia increíble para los asistentes. A cada paso que se da, hay un acto o una charla, autores que están firmando en tiendas que ni de lejos están relacionadas con las viñetas e incluso en la calle, sin dejar de lado los locales que aprovechando la aglomeración de gente ponen a la venta viejos materiales y saldos de todo tipo, pero siempre relacionados con este arte.

Va un ejemplo de esto: nada más llegar y bajar del autobús había una iglesia, dentro de la misma una exposición. No era la única, ya que también sucedía en otra en la que se hablaba sobre cómics cristianos; igual pasaba en bares y cafeterías, e incluso en el mercado en el que entre pescados y pollos se podían ver carteles de pasadas ediciones del festival.

Siendo sincero lo mejor que puede definir a mis sentimientos durante esos dos días son alegría y envidia. Y en ambos casos por los mismos motivos.

Las carpas

La parte fuerte del evento se dividía en diferentes carpas a lo largo del pequeño pueblecito, que en todo momento me recordaba a Champiñac. Uno podía perderse durante horas pasando de un stand a otro, charlando por igual con autores y editores, mientras los cuartos iban saliendo de la cartera para no volver jamás.

Principalmente, y citando con ciertas libertades a un amigo, podríamos hablar de 1) Carpa de editoriales grandes 2) Carpa de editoriales medianas y pequeñas 3) Carpa de coleccionismo y 4) Carpa de Manga.

Esta división lograba que incluso el sábado, día de una muy exitosa afluencia, se pudiera caminar por entre los distintos puestos y seguir disfrutando de un evento que conseguía tener colas enormes para entrar. De igual forma esto permitía jugar en igualdad de condiciones, sin tener que competir las pequeñas y medianas con las grandes (por llevarlo a nuestro país, sería lo mismo que si ECC y Planeta estuvieran separadas de LetraBlanka y Dolmen), dando además una muestra muy interesante de novedades y obras desde las más tradicionales, otras innovadoras, las que se decantaban por la divulgación, otras por el cómic erótico y en resumen todo lo que se pueda uno imaginar.

El público

Decir que el pueblo estaba a rebosar igual es quedarse corto. Si bien el jueves y viernes la cosa ya apuntaba maneras, la explosión llegó el fin de semana. Resultaba casi imposible encontrar un hueco para tomar un sencillo café en cualquiera de los muchos bares y restaurantes que había, esto extrapolado a todo lo que rodeaba el evento.

Llamaba la atención la asistencia de personas de todas las edades y formatos posibles: matrimonios de edad, grupos de jóvenes, padres con sus peques, parejas de novios y de amigos, profesionales, autores, prensa… Todos con solo una cosa en común, su amor por el cómic.

Esto mismo sucedía en las colas y en los pabellones, quizá con la excepción del que se centraba en el manga ya que contaba principalmente con gente de entre los 14 y 25 años (pero no solo). Delante de los autores uno podía ver a una mujer de unos sesenta años, madres con sus pequeños y a dos españoles de treinta y algo, citando de forma directa la espera para conseguir la firma de Alain Peral, actual ilustrador de Los Pitufos de Peyo.

Otra cosa llamaba la atención: la prácticamente nula presencia de cosplayers. Una tendencia que ya está normalizada en eventos de nuestro país, pero que no cuenta con el aplauso de todos ya que en muchos casos es complicado ver a nadie disfrazado esperando una charla o que su autor empiece a firmar. Y en este evento no fue una excepción. La reflexión está ahí.

Durante esos días en más de una ocasión saltó a la palestra el término “público de calidad”, algo que cobraba mayor sentido en el pabellón de coleccionismo, entre tebeos descatalogados había originales, bustos y una casi total ausencia de Funko Pop o de colgantes que bien poco tienen en relación con el mundo del cómic.

En conclusión

Este festival es una maravilla. No hay otra forma de definirlo. Es estupendo de principio a fin, lleno de actividades y exposiciones al punto de que me fue imposible ver todas (pero lo intenté, eso sí), todo enfocado a los lectores y las firmas de los autores. No tanto a los que, como es habitual en nuestro país, acuden solo llamados por el auge de Marvel Studios o por un concurso de karaoke con disfraces; algo que para algunos será casi impensable y para otros supone poder disfrutar con tranquilidad de un evento que merece todos los elogios que recibe.

Hay que entender también que las distancias están ahí y que las comparaciones son odiosas. En España no sería posible, hoy al menos, llevar todas estas ideas a lo que se está realizando aquí. Por un lado está el hecho de que el mercado franco belga es potente, con su propia industria y un fuerte apoyo del público, que es lo que aquí se aspira a tener pero no se tiene (de momento).

Hablamos de un lugar en el que nacieron Los Pitufos, Astérix, Spirou o Lucky Luke, por citar solo algunos de los personajes más reconocibles por todo el mundo, pero en el que además está totalmente normalizada la lectura de historietas desde hace décadas. Un punto muy a tener en cuenta que ayuda a entender el enfoque del festival, al igual que el carácter y comportamiento del público asistente.

¿Es el Festival de Angulema el objetivo que deberíamos tener en mente en los salones de nuestro país? En parte sí, pero no todo es trasladable y hay bastante que responde totalmente al tipo de sociedad que existe allí, con lo que hay puntos que no pueden asumirse pero hay otros que convertirían los eventos de relevancia además eventos de calidad.

Mientras tanto, en lo que esperamos que esto suceda (si es que sucede), siempre queda la opción de montarse en el coche de algún amigo, conducir unas horas y pasar un fin de semana inolvidable entre risas, anécdotas, autores y viñetas.

Y Pitufos, claro.

(Galería fotográfica del evento).

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