A veces a las pantallas cinematográficas llega una película y se queda. Se queda en el público, en la crítica, en la taquilla, en el recuerdo y perdurará por mucho tiempo. No pasa mucho, pero en ocasiones sucede. The Artist llegó y se quedó.

En un maravilloso blanco y negro, que a veces supera por todas partes al color (y a La lista de Schindler me remito), se atrevió Michel Hazanavicius a darnos un fantástico experimento de regreso al cine mudo, una preciosa disección de una época ya pasada y del duro paso que fue la llegada del sonoro para más de uno.

Aunque desde el punto de vista actual nos parezca sorprendente, fueron muchos los actores que no quisieron (otros no pudieron) dar el salto, quedándose relegados al olvido e incluso hundiéndose poco a poco en la miseria económica y personal. Sin ser The Artist la historia de nadie en concreto, no es una biopic (no específica, al menos), se pueden ver más de un guiño de realidad con John Gilbert y Greta Garbo, pero también con otros tantos.

El protagonista, George Valentin, es Gilbert pero también Rodolfo Valentino (referencia directa del nombre), sin dejar de lado al genial Douglas Fairbanks (homenajeado en esa escena que casi parece directamente sacada de The mark of Zorro), y el cantarín Gene Kelly con el que Jean Dujardin, protagonista que descubrí gracias a Lucky Luke, guarda no poco parecido físico tanto en la forma del rostro como en su amplia sonrisa. Es todos ellos y más, es la representación de una época y de un estilo de narrar que ya no existe, es la excusa que usa el director para declarar su amor por esos tiempos y por el cine en general.

Todo esto queda claro desde la primera escena, en que logra llevarnos directamente hasta las películas de los años 20, todo ello en un inteligente uso del metalenguaje en que mete una película dentro de la película, algo que usará varias veces a lo largo del metraje, siempre con un excelente resultado y sin caer ni por asomo en el exceso. La música acompaña, más clásico imposible, y los diálogos son únicamente con cartelones. El poco uso del sonido diegético está hecho con pinceladas, en momentos realmente concretos, solamente para hacer avanzar la historia e incluso hacer que entremos en la cabeza de Valentin y sintamos su miedo por la aparición del cine sonoro.

Ayuda el cuidado ambiente y la escenografía usada. No parecen los años 20-30, son los años 20-30. Esto se refleja con gran atención en el vestuario, destacando el femenino con diseños  flapper  y sombreros cloché, es imposible no ver las claras deudas que hay con Coco Chanel, que por algo es el nombre que todavía hoy se relaciona con aquella época.

Pero Mark Bridges, diseñador en la película, no descuidó el lado masculino del film y podemos verlo en ese frac de tres piezas que usa el protagonista para actuar, pero su elegancia llega hasta lo más íntimo de su casa llevando una bata de seda con sus iniciales (detalle fantástico). Por supuesto no podía faltar el tweed, combinado con mucho estilo con corbatas y chalecos, jugando con texturas ya que el color no era una opción al ser un filme en blanco y negro.

The Artist es, por muchos motivos, una obra maestra pero en el fondo, y para cualquiera que sepa verlo, es una declaración de amor hacia el cine.


Artículo publicado en 2012 en Ruta 42.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *